miércoles, 18 de noviembre de 2009

Izquierdas poco audaces

Todos nos las prometíamos muy felices. Los gurús nos aseguraban el desarrollo sin límites, el consumo sin límites, la felicidad sin límites. Y nosotros juntamos uno y uno y dedujimos que con los dos primeros tendríamos la tercera. De pronto, mientras perseguíamos la ventura suprema, nos encontramos metidos en una crisis: “peor que la de los años treinta”. De ésta sabemos que fue dura para los especuladores, para los jugadores de bolsa y de bolsas, para los grandes accionistas. ¿Qué sabemos de los pequeños en todo?, ¿y de los nada?
Aceptemos que ésta crisis es peor, tanto da. Ante ella, las derechas no tienen problema para utilizar los métodos más audaces y radicales, e incluso llegan a pedir que “se suspendan temporalmente” los principios del capitalismo. Y los actuales escasos gobiernos de izquierda salen corriendo a socorrer el sistema, compitiendo con los de derechas a ver quién es más y da más, inyectando cientos de miles de millones de euros o dólares en la banca, mientras ésta continúa con sus prácticas de usura, despilfarro y depredación. Lo mismo sucede con las grandes empresas industriales o de servicios que extienden epidemias de lucro por doquier. ¿Qué pasa con la izquierda?, ¿dónde está la audacia de la izquierda? ¿Se perdió luchando contra las dictaduras o por alcanzar el estado de bienestar?
Para emprender un camino a la izquierda, quizá haya que comenzar por poner en marcha una concepción del desarrollo radicalmente diferente de la que está en uso. Un desarrollo basado en la economía de los recursos naturales, la ecología, la preservación del entorno, el desarrollo de las capacidades humanas, el respeto a la diversidad cultural. El objetivo de la economía, en un “marco de izquierdas”, no debería ser el crecimiento por él mismo, sino la utilidad social de las actividades y de la producción. La izquierda debería apostar, a todos los niveles, por unos nuevos indicadores de desarrollo humano, centrados en la satisfacción de las necesidades sociales y no mantenerse agarrada a los indicadores en uso: el PIB como único referente.
Quizá, para recuperar la audacia, la izquierda tendrá que comenzar por crear un entorno de servicio público, que asegure a todos el acceso a los bienes comunes y proteja los recursos naturales vitales, devolviendo a lo público la gestión del agua, de la luz, de los transportes. Quizá haya que ir algo más allá y captar para lo público aquello que desde su nacimiento ha estado en manos privadas: los sistemas de comunicación virtual.
Quizá una izquierda audaz deba hacerse con los hilos que han de gobernar la lucha contra el cambio climático y deba “no exonerar” a las empresas contaminantes. Quizá deba realizar políticas audaces destinadas a reducir drásticamente los transportes de mercancías por carretera, a desarrollar los transportes públicos de viajeros, a reducir el uso del transporte privado. Quizá sean políticas audaces las destinadas a diversificar y promover las energías renovables.
Tal vez, la política audaz de la izquierda para el cambio del modelo de desarrollo y la creación de empleo deba andar por estos caminos. Tal vez, sea bueno que camine también por el fomento de una política agraria que permita la soberanía alimentaria, que no penalice al consumidor final, que controle los instrumentos, los mecanismos y los intermediarios de la distribución.
Es posible que una acción audaz de la izquierda pase por una reforma de la fiscalidad basada en el principio de la justicia social, por imponer altas tasas a las grandes fortunas y patrimonios, a los beneficios no reinvertidos de las empresas, a las transacciones financieras…
Y, tal vez sea de izquierdas, controlar los fondos públicos de manera transparente y democrática; fiscalizar y hacer públicas las exoneraciones y ayudas a las empresas, así como la reducción de las cotizaciones sociales. Tal vez sea muy de una izquierda audaz la creación de un grupo bancario público y de instituciones financieras públicas que orienten los beneficios hacia la política social prioritaria y hacia el gasto y la inversión útiles.
Sí, ya lo sé, los funcionarios son vagos y lo privado funciona mejor que lo público… ¡No me hagan reír, por favor! Una izquierda audaz no puede estar para bromas cuando se trata de fomentar, defender y preservar el bien común, el de los pequeños, el de los sin nada..