viernes, 20 de abril de 2012

Los partidos políticos son necesarios..., si cambian

Hoy, aquello que sucede en un partido político es imputado a todos. Se acabó el “y tú más”. Existe una corresponsabilidad objetiva en el sistema político de tal manera que nadie escapa al descrédito. Terreno abonado para la demagogia y para la extrema derecha. La corrupción, principalmente, el uso en beneficio personal o partidario de los recursos públicos y la falta de referentes ideológicos facilitan la generalización. Es un error, pero sus consecuencias se convierten en un hecho político, porque afecta a la política y a su desarrollo.
La democracia solo existe cuando hay estructuras sociales de participación. Y a éstas les llamamos partidos. Ciertamente, pueden darse estructuras sociales de participación fuera de los partidos – asociaciones, alianzas, agrupaciones… -, pero sólo ellos pueden participar en política. Pueden cambiarse las modalidades de agrupación pero a la hora de la verdad, en el momento de presentarse a una elección, sólo valen los partidos, tengan el nombre que tengan. Las revueltas producidas en los países árabes son un buen ejemplo de asociación política –intangible, atomizada – que, finalmente, no han participado en la política.
En el espacio democrático, debemos preguntarnos qué esperamos realmente de los partidos y qué exigimos de ellos. Esperar y exigir, porque no pueden limitarse a ser maquinarias electorales. Esperar y exigir, porque la vocación política requiere su constante presencia social en contacto capilar con todos los problemas que se plantean a la ciudadanía. Es innecesario hablar de la importancia del papel que deben cumplir, sobre todo, en un tiempo de crisis social, económica, cultural, moral, como la actual.
El problema que se plantea es la urgencia del cambio que los partidos necesitan realizar en su relación con la ciudadanía, porque vivimos momentos de demagogia, de frustración, de debate insuficiente. No pueden continuar con la cabeza bajo la arena. Tienen la obligación de cambiar de personas, de cultura, de modos de hacer. Tienen el deber de saber gestionar el poder que les es concedido, de no traicionar a sus propios electores, de anteponer los intereses de los ciudadanos a los del partido, de escuchar a los ciudadanos antes que embarcarse en alianzas palaciegas, de no ignorar las propias imperfecciones, errores, deslices, corruptelas, por miedo a que salgan a la luz… En caso contrario, la anti-política continuará haciendo su agosto.
Espero que aún estemos a tiempo. Sobre todo, con los partidos llamados a sí mismos de izquierdas.

martes, 17 de abril de 2012

Un nuevo ciudadano-sujeto político

• En una entrada anterior de este blog, escribí que, debido a la honda y perversa influencia producida por la lectura de El Manifiesto, el actual presidente del Gobierno español “es un marxista al revés. Invierte los términos: declara la lucha de la clase dominante global contra la clase trabajadora y la clase media”. Sin duda, hoy, la lucha de clases existe y de qué manera. Sólo que al revés. El turbio neoliberalismo, con el cuarteto Ángela–Nicolás-Mario y Mariano a la cabeza, ha metido la directa contra las conquistas sociales y políticas del movimiento social y del movimiento obrero europeo conseguidas hasta los años setenta (y los ochenta, en el caso español).
• Nos encontramos en medio de un furibundo ataque a aquellas conquistas sociales y políticas, logradas a un alto precio. La doctrina neoliberal se impone desde los gobiernos - manu militari “cuando es necesario”, como en Grecia” -, comprimiendo los salarios, cortando en seco los gastos sociales, eliminando derechos, enviando al paro a millones de personas y empobreciendo a los menos pudientes de todas y cada una de las sociedades a las que dicen defender. En suma, trabajadores desprotegidos y esquilmados. Junto a ellos, millones de jóvenes, y cada vez menos jóvenes, en situación de precariedad, algunos supercualificados, víctimas de una flexibilidad salvaje – iniciada por una parte de la izquierda, es cierto – que les priva de dignidad y de futuro. Unos y otros, mientras tanto, bastante tienen con luchar contra la pobreza y, habitualmente, lo hacen divididos, hasta el punto que algunos incluso aceptan como buena la teoría que defiende que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades – olvidando en la práctica cómo viven “los otros” y las posibilidades que disfrutan, logradas a costa de los trabajadores que ahora sojuzgan -.
• Corre también la especie de que los partidos políticos, así urbi et orbi, son los causantes de la actual situación. A ellos se les ha adjudicado toda clase de males. No niego que sean causantes de algunos – unos más que otros, sin duda -, pero no por ello debemos prescindir de ellos, botarlos (con b). Bien es verdad que muchos políticos, tanto de la izquierda, como los de la derecha, se han hecho meros profesionales de la política, protegidos por un lenguaje técnico y burocrático que, en su mayor parte, es impermeable a los mensajes de la ciudadanía que se muestra políticamente consciente y activa.
• Es bien cierto que la doctrina neoliberal ha hecho presa también de parte de la izquierda y que ésta tiene miedo a aparecer como defensora de viejas ideologías (el fantasma del socialismo real de los países del Este europeo). Es cierto, igualmente, que la izquierda se ha preocupado poco, salvo opciones individuales, de difundir porqué ha nacido la crisis, cómo se ha desarrollado, por culpa de quién y de promover la persecución judicial de los causantes (ni la izquierda que ha gobernado, ni la situada en la oposición).
• Por otro lado, la ciudadanía, en conjunto, no hemos respondido, hasta ahora, de forma beligerante frente a este estado de las cosas políticas, económicas y sociales. Nos hemos acomodado, es decir, nos hemos acostumbrado a situaciones fáciles y, cuando han venido mal dadas, hemos buscado casi siempre salidas individuales o nos hemos refugiado en el llanto y crujir de dientes, porque hemos perdido buena parte de nuestros juguetes. Nuestro llanto ha sido (es), la mayoría de las veces, con lágrimas de cocodrilo, pues quisiéramos salvarnos individualmente y mantener privilegios sin deberes. El crujir de dientes se lo dedicamos, principalmente, a nuestros políticos. Justamente, en muchos casos, pues parte de ellos son espabilados que hacen caja – para sí mismos y/o para el partido -. Injustamente, cuando hacemos tabla rasa, considerando a todos igual, y, como consecuencia, nos desentendemos de la acción política. Es decir, de nuestro deber de actuar en tanto que ciudadanos con derechos y obligaciones.

Ante este estado de la cuestión, considero que no podemos dilatar más una reconversión individual y colectiva y que tenemos el deber ciudadano de hacer frente a la actual lucha de clases. Con ideas nuevas, eso sí. Es preciso que surja, con urgencia, un nuevo ciudadano-sujeto político. La democracia debe ser reescrita, abierta a la participación, eliminando la concentración de poder y de privilegios de los representantes, renovando las instituciones, limitando mandatos, estableciendo incompatibilidades… Pero, es imprescindible también que aparezca un nuevo ciudadano-sujeto, capaz de actuar con fuerza en la esfera política. Es el momento de movilizarse y de tirar los muros levantados por los mecanismos perversos del neoliberalismo y de las prácticas políticas obscenas.
Un nuevo ciudadano-sujeto que empiece por actuar en el ámbito físico más cercano. Que, implicado de abajo arriba, haga suyos los bienes comunes más cercanos y participe en la construcción de unos bienes comunes locales, nacionales y comunitarios (de la Unión Europea) no sometidos a reglas mercantiles. Un ciudadano-sujeto que active los movimientos ciudadanos defensores de los derechos humanos, civiles, laborales, de lucha contra la ilegalidad y la corrupción, de defensa de la dignidad y la igualdad de la mujer, de mejora de la calidad educativa y sanitaria, de preservación y mejora del medioambiente… Un nuevo ciudadano-sujeto que sea actor y agente del sistema democrático de representación política, único que garantiza la participación de todos los ciudadanos en condiciones de igualdad.
Para ello, hemos de conseguir, mediante la acción, que esta democracia sea verdaderamente participativa, única manera de alimentarla, garantizarla, estimularla y controlar su calidad. Una participación de estas características no puede limitarse sólo a la administrada habitualmente por los partidos políticos y, mucho menos, estar sometida a los criterios del mercado – la moda de los gobiernos técnicos -. Una participación que haga propios también los procesos políticos, obligando a los diversos poderes a justificar y exponer de manera clara las decisiones adoptadas, después de haber oído y tomado en consideración las instancias participativas de la ciudadanía.