martes, 1 de diciembre de 2009

La educación es cosa de personas estudiosas

Allá por el año 1997, David Noer publicó una obra titulada El cambio en las organizaciones. El camino para la transformación de las personas y las empresas (Prentice-Hall. México). Este manual a menudo me sirve de referente para reflexionar sobre cómo se podría cambiar la organización escuela y el liderazgo necesario en ella. En su obra, Noer estudia los patrones de respuesta que se dan ante el cambio por parte de los que ejercen funciones directivas. Basándose en dos variables y cruzándolas define cuatro patrones de respuesta. Las variables son: por un lado, la aptitud de las personas para cambiar, que la fundamenta en la capacidad de aprender de la propia experiencia; por otro lado, el sentirse cómodos con el cambio, es decir, la disposición a aprender. Como consecuencia del cruce divide a las personas en cuatro grupos (patrones) con relación a las respuestas individuales frente al cambio: las apabulladas, las atrincheradas, las fanfarronas y las estudiosas.

No es necesario explicar el qué de cada una de ellas porque el sólo apelativo ya nos habla de sus características. Me fijaré en los cuatro patrones para reflexionar sobre la tipología de personas que gobiernan – en sentido amplio - la organización educativa de Cataluña y para apuntar algunas ideas sobre las personas que necesita la escuela, tanto a nivel individual como organizativo.

Personas apabulladas, ahílas, sobre todo a escala individual: entre infelices, frustradas y angustiadas, con baja autoestima, con sensación de impotencia, que temen el fracaso pero no se enfrentan a los problemas que tienen delante, que muestran conductas pasivo-agresivas, que desean el retorno al pasado, que el alumnado y el profesorado les incomoda. También existe esta tipología a escala organizacional, principalmente, entre los que piensan que cualquier tiempo pasado ha sido mejor, que “estos tíos lo cambian todo y me desordenan los papeles que tengo encima de la mesa”. Son inmovilistas por naturaleza. A veces, tan sólo tienen en sus manos una pequeña parcela de poder - controlan bases de datos u otro tipo de información - detrás de la cual se fortifican, imposibilitan la transparencia e impiden el aprendizaje de los demás.

Las personas atrincheradas que habitan el sistema educativo también se mueven entre la angustia y la frustración, están seguras de que las fórmulas del pasado son válidas, la culpa siempre es de los otros, van trampeando, sobreviven (casi piden perdón por hacerlo), bloquean inconscientemente todo cambio, dirigen con fórmulas del pasado, se sienten amenazadas, se refugian detrás de la cátedra o sobre la tarima. Las que ocupan un puesto en la organización educativa se dedican básicamente a hacer de funcionarios, aunque manden. Sobreviven aunque no dejan sobrevivir: a mí que no me molesten. Algunas, incluso, se revisten de cambio y se agazapan bajo ese vestido.

Las fanfarronas abundan actualmente a escala individual y organizacional. Se sienten cómodas con la necesidad de cambio, tanto, que a veces son apreciadas como un faro de nueva luz – hasta que se mide su potencia -. Son ilusoriamente optimistas, por eso engañan. En todo momento, están a punto para pasar a la acción: lanzan ideas, una detrás de otra, aunque no tengan consistencia ni legitimidad y su posible aplicación comporte situarse en la a-legalidad. Su meta es siempre el mañana: "haremos". Se sienten seguras porque están revestidas de poder, lo sobrevaloran, y, por ello, se meten en berenjenales cada vez que abren la boca. Piensan que hasta su llegada nada se hizo bien. Sin embargo, olvidan los retos importantes y no aprovechan en positivo las oportunidades porque las malgastan. Habitualmente, tienen tendencia a servirse del poder y a olvidar que éste significa asunción de responsabilidades y cumplimiento de obligaciones.

Las personas estudiosas son las que más cómodas se sienten con la necesidad de cambio. Abundan poco, tanto a escala individual como organizacional. Son joyas en la pequeña y en la gran organización que, al ser conscientes de sus fortalezas, conocer sus debilidades y los límites de su poder, a veces pasan desapercibidas porque no hacen ruido. Sin embargo, trabajan activamente por solucionar problemas en lugar de buscar culpables, están siempre dispuestas a rellenar agujeros y aportar valor. No hacen castillos en el aire, tienen los pies en el suelo. Son crítico-propositivas, son dialogantes y, por ello, construyen por sí mismas y ayudan a construir. Hacen pedagogía individual y colectiva.

Considero que en el mundo de la educación faltan hoy personas estudiosas, tanto individualmente - aunque tal vez sobren investigadores -, como organizacionalmente – tal vez abundan en número, pero adolecen de calidad -. Personas que contribuyan a afrontar la tensión y la fatiga; que ayuden en las transiciones de lo viejo a lo nuevo; que entienden y aporten remedios a la frustración, al desánimo y a la angustia; que impulsen y cooperen en la puesta en marcha de proyectos individuales y colectivos; que, antes de hacer, dialoguen; que supervisen, inspeccionen, valoren, corrijan, recomienden y orienten de manera cercana; que sepan protegerse ante el deseo de hacerlo todo y deslumbrar con todo. Personas, en fin, que sean líderes del cambio, asumiendo responsablemente sus consecuencias.