miércoles, 26 de febrero de 2014

Por qué no nos rebelamos

En un intercambio epistolar electrónico, un amigo brasileño me dice: “El sistema al cual debemos enfrentarnos ha construido una ideología dominante muy fuerte. Consumo, mercado y falsos ídolos han desterrado de la mente y del alma el sentido crítico y de los derechos sociales, el sentido comunitario. Por eso no nos rebelamos”.

Hoy, habiendo leído – el médico me prohibió hace años ver y escuchar ciertas maldades - alguna crónica sobre la bazofia que lanzó ayer el Presidente del Gobierno español en el llamado debate del estado de la nación, recuerdo las palabras de Filipe y me preguntó por qué no nos rebelamos. Últimamente, tengo una fácil respuesta a esta pregunta: somos un país de analfabetos funcionales y, pese a los años que llevamos de democracia formal, no hemos superado el nivel democrático mínimo, no hemos tomado conciencia de lo que significa democracia y su valor frente a la represión (política, económica, social, cultural) y la dictadura padecida durante tantos años (que vuelve a pasos agigantados con las leyes de cuño fascista que nos atacan y atenazan cada día). Sin embargo, pienso que la respuesta es demasiado simple.

Me pregunto por qué no nos rebelamos después de escuchar y leer tantos sesudos análisis sociopolíticoeconómicos realizados por esa caterva de periodistas, escritores, críticos, tertulianos… juiciosos, que nos invade cada día. ¿Quizá no hemos entendido aún, aunque sea de manera general, qué nos están haciendo los que controlan el poder y el dinero (si es que la cosa no es lo mismo) y con qué finalidad lo ejecutan (término apropiado donde los haya)? Si lo entendemos, por qué no nos rebelamos. Sinceramente, no tengo la respuesta. Respuestas a la pregunta circulan. La cuestión es si son del todo correctas. Quizá, analizándolas tengamos la oportunidad de encontrar las verdaderas causas de la no rebelión, por el método de la eliminación. 

Más de una vez, he afirmado que “hemos llegado al colmo del individualismo”. Ciertamente, la ideología neoliberal reinante nos ha penetrado. Somos meras individualidades que, como tales, no corremos el riesgo de luchar. Ahora bien, precisamente ese individualismo y búsqueda de la salvaguarda de nuestros intereses personales debería llevarnos a una revuelta colectiva. La destrucción de derechos políticos, sociales, económicos, educativos, sanitarios, culturales… de cada uno de nosotros, debería ser el elemento de propulsión de la rebelión colectiva. 

Se dice “la gente está bien o no está aún lo suficientemente mal”. La miseria no es condición suficiente, aunque necesaria. Las luchas obreras y sociales de los años sesenta y setenta no estuvieron protagonizadas por miserables reducidos a un estado de hambre e indigencia. En la misma línea, se afirma “aún no ha llegado lo peor”. Es decir, ¿frotémonos las manos para que la cosa vaya aún peor, así nos levantaremos raudos contra la postración? Dicho de otro modo, cuanto peor, mejor para la rebelión. Pregunten, pregunten a los griegos. 

Hay quien opina que “faltan líderes capaces de dirigir la lucha”. Y se piensa en la aparición de posibles figuras políticas, sociales, sindicales. Históricamente, no siempre ha sido así. En Francia, allá por el 1789, no había un grupo dirigente unido y articulado. Los grupos dirigentes se formaron en la lucha. Si no hay chispa no se produce la llama. 

También hay quien justifica la no rebelión basándose en el sentimiento generalizado de que “todo es corrupción”. Quizá, pero, ¿nos encontramos a tal nivel de prevaricación común? Considero que no todos hemos llegado a ese estado de aceptación de lo anormal como normal y generalizado. Hay un desprecio bastante extendido por “la clase política” y – aunque menor – por “los poderosos y prepotentes económicos”. Ciertamente, la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, sin embargo, no es cierto que todos seamos ladrones, prevaricadores, injustos, insolidarios…

“Tristemente, no hay alternativa”. ¿La tenían los esclavos o los siervos de la gleba, más allá de buscar la sustitución de un señor por otro?
 

Otros afirman que “la gente no entiende, los argumentos le superan”. Es lo mismo que decir “la gente – el pueblo - es tonta, es estúpida, es mentecata”. Esta afirmación quizá tenga que ver con la muy personal “somos un país de incultos”, apuntada más arriba. ¿Acaso para rebelarse es necesario tener claras las ideas socioeconómicas? ¿Cómo se mide la tontería, la estupidez, la mentecatez? En todo caso, todas ellas son “cuestiones” a solucionar.
 
En fin, que no tengo la respuesta. Quizá tengamos necesidad de instrumentos nuevos, diferentes a los habituales. Se admiten sugerencias al respecto, porque es necesario rebelarse.