Es un hombre creyente en el dios católico. A su iglesia no se le toca, es más se le obedece y sigue sus consignas. Para ello, encarga al beato Alberto que fulmine lo poco que quedaba de laico en este país. Es un hombre creyente en el dios mercado y a éste le ofrece trabajadores en el ara del sacrificio. Con esta finalidad, encarga a la improductiva Fátima (el nombre engendra el portentoso milagro: ser ministra de trabajo sin haber trabajado nunca) http://www.nuevatribuna.es/articulo/espana/2012-03-28/fatima-banez-la-ministra-de-trabajo-que-nunca-ha-trabajado/2012032818065400506.html, que liquide la negociación colectiva, abola la conciliación del trabajo con la vida personal y familiar, extinga la indemnización por despido… En resumen, que acabe la obra de convertir al trabajador en pura mercancía, dejándolo sin dignidad y sin derechos. Para poner el lazo a los presentes ofrecidos a los mercados, ha confiado al vicetiple Montoro y al torvo Guindos la elaboración de un presupuesto que combina “sacrificios con equidad”.
¿Escuchar a la ciudadanía y a los sindicatos? Para qué. ¿Rendir pleitesía a los grandes empresarios y a los banqueros? Es “deber de buen español”. Claro que, para cumplir con todo ello, ejerce además de paleto papanatas: piensa que todo lo que viene de Alemania es mejor.
Pero este buen español nos oculta algo: ha leído El Manifiesto y lo pone en práctica. Está encendiendo la mecha de la lucha de clases. Se ha aliado con la banca y con la gran empresa, es decir, la clase capitalista y los patronos. Es un marxista al revés. Invierte los términos: declara la lucha de la clase dominante global contra la clase trabajadora y la clase media. Aplasta, imponiendo sacrificios, a los más débiles al grito de “¡ricos y poderosos uníos!”. "Aquí hay un buen español dispuesto a ser vuestro brazo armado… por la gracia de dios" [como el otro]. Este es Mariano.