En los últimos años, la ola racista, antisemita, antimusulmana, xenófoba, va extendiéndose por Europa de Norte a Sur y de Sur a Norte. Desde Utoya y Oslo, a Florencia y Marsella, el esquema es siempre el mismo: un asesino, aparentemente solitario, relacionado con un grupo neonazi, abre fuego indiscriminadamente contra seres indefensos por el mero hecho de ser árabes, negros, socialdemócratas, judíos. No importa si es por el color de su piel, por la religión que profesan, el país de origen o la militancia política. El caso más reciente se ha producido en Marsella. Dice la prensa que el asesino pertenece a un grupo con antecedentes nazis y ahora se proclama muyaidin. Qué más da. En esta ocasión los damnificados han sido judíos. Hace unos días lo fueron militares franceses de origen magrebí y antillano.
Pero el terreno ha sido abonado y regado previamente. A lo largo del mes de febrero, en plena campaña electoral francesa, Sarkozy viró violentamente más hacia la derecha de lo que ya estaba con el objetivo de disputar votos al Frente Nacional. En ese viraje no dudó en recurrir a la islamofobia. Es evidente que, sin ideas que defender y lejos de todo tipo de escrúpulos morales y éticos, se buscan enemigos exteriores. Ahora proclama que “se ha hecho todo lo posible para asegurarse de que el sospechoso sea arrestado y llevado ante la justicia para la rendición de cuentas por los delitos cometidos" (“Le Monde”, 21 de marzo de 2012). ¿Qué sospechoso: él, el muyaidin o ambos?
En España también disponemos de ejemplos de “atizadores” profesionales. Durante la última campaña electoral celebrada en Cataluña, tuvimos que escuchar en boca de Durán Lleida – artista en eso de atizar la xenofobia – que “hay demasiados Mohameds y pocos Jordis”. En la misma campaña, el PP no dudó en distribuir panfletos con el lema “no queremos rumanos” y en relacionar directamente delincuencia con inmigración. Ayer, leíamos en la prensa (El País) que un instituto de Burgos ha expulsado a una alumna por llevar el hiyad dado que considera que ha incurrido en "una conducta perturbadora y gravemente perjudicial para la convivencia en el centro". El listado de ejemplos sería interminable.
La crisis económica, moral y ética que recorre Europa genera frustración, resentimiento, rencor colectivo. A su vez, algunos partidos políticos y medios de comunicación favorecen las bajas pasiones. Las plantas venenosas crecen en terreno adecuado y el terreno es vasto. El odio al diferente se nutre de ideas enarboladas por racistas “racionales” que infestan la opinión pública.
Reclamar vigilancia es necesario, pero no suficiente. Europa, todos nosotros, ha de volver a ser capaz de imaginar y construir vías de diálogo con “el otro”. Una vez más, es imprescindible la reflexión y el compromiso con el derecho humano a ser diferente.