El director de la revista Cuadernos de Pedagogía, Jaume Carbonell publica un jugoso editorial, en el número 421 de marzo de 2012 [http://www.cuadernosdepedagogia.com/], bajo el título “Las 10 ocurrencias del nuevo ministro” de Educación, Cultura y Deporte (quien tanto abarca, poco aprieta, es decir, se dedica a cazar moscas, aunque, sin duda, apretará y ahogará a la enseñanza pública). Carbonell afirma que el ministro se propone llevar a cabo una política neoliberal y conservadora. Es evidente que, pese a personificar estas características en dicho ministro, lo mismo puede afirmarse de los consejeros y consejeras de educación de las comunidades autónomas españolas en las que gobierna la derecha. El caso de Cataluña es también paradigmático, con el agravante del nacionalismo provinciano y clasista que caracteriza a su gobierno. Es decir, tanto monta.
Creo que la cosa va mucho más allá de lo que afirma Carbonell y que no se trata de simples ocurrencias. El pensamiento y el discurso del ilustre valido son una mera caricatura, resultado del más puro revoltijo del conservadurismo, el confesionalismo religioso católico y el ultraliberalismo. Bajo esta óptica trata los temas que le interesan: autoridad confundida con autoritarismo; rigurosidad como marca de la casa; negación del valor de la pedagogía; selección y exclusión tempranas; negación del derecho a acceder desde la escuela infantil a la ciudadanía democrática y a la autonomía solidaria; adoctrinamiento catequístico; odio a los enseñantes.
El ministro vende una escuela clasista y promueve una escuela de la desconfianza. Defiende los recortes presupuestarios basándose en la peregrina idea de que “el incremento de los recursos lleva a un deterioro de los resultados”. ¿Está diciendo, entre otras cosas, que hay un excesivo número de profesores y que ello provoca el empobrecimiento de la enseñanza? Efectivamente. ¿Y qué persigue? Enfrentar las familias con los profesores. Sabe que la sociedad española tiene alergia al corporativismo, al funcionariado (no importa que cada vez haya menos funcionarios entre el profesorado; eso se lo calla), y que su discurso cae en campo abonado.
¿Por qué el ministro no aprovecha su ministerio (concepto tan católico) para llamar a todos los actores de la comunidad educativa a una cruzada (él, tan de la iglesia católica) a trabajar juntos en una visión democrática de la escuela, como parte de un proyecto educativo compartido? Porque el ministro piensa que la escuela – salvo la confesional, clasista y elitista que defiende – es un peligro. Teme que la escuela colabore en la construcción de proyectos de vida para los niños, los jóvenes y los adultos. Teme que la escuela imparta enseñanza no fundamentalista y que, además, lo haga por igual para todos. Teme que la escuela anime a los ciudadanos más o menos jóvenes, a la unidad frente al individualismo, a la cooperación y la responsabilidad colectiva.
El ministro está claramente contra una escuela de la libertad individual y colectiva, de la cohesión social, de la solidaridad, del proyecto pedagógico comunitario. El ministro está contra una escuela que colabore en preparar a las personas para afrontar los desafíos culturales, sociales, económicos y democráticos que nos depara nuestra época.