El desarrollo de la sociedad actual depende cada vez más del nivel de formación de su población, en un contexto mundial en el cual el acceso al conocimiento constituye un factor de concurrencia determinante. De esta manera, la escuela es uno de los fundamentos de la cohesión social y tiene asignado el objetivo de asegurar el éxito educativo de todas las personas, desde la perspectiva de su desarrollo integral, su actuación como ciudadano y su inserción profesional.
Hoy, más que nunca, se hace necesario un debate sobre los resultados de la educación (limitada aquí al espacio escolar, siendo conscientes de que la educación “es cosa de todos”). Estos últimos días, hemos tenido información por los medios de comunicación sobre dichos resultados referidos a la educación primaria. En otras ocasiones, nos informan sobre los de la secundaria, el bachillerato, la formación profesional. Generalmente, estas informaciones sitúan a la educación española en muy bajos niveles comparativamente con otros países de nuestro entorno. Y, también generalmente, junto a la información, aparece la autojustificación, la queja, la acusación, la lamentación… Pero no el propósito de enmienda sólido y coherentemente planificado.
Intentando situar el debate
1. El primer elemento a considerar, en relación con el éxito exigido a la educación, es el persistente nivel de “fracaso” o abandono escolar prematuro, mientras que, según los objetivos fijados por las diferentes leyes, orientaciones y directrices educativas, la escuela ha de aportar, principalmente, a todos sus alumnos una base común de conocimientos y competencias al acabar la escolaridad obligatoria, con el fin de prepararlos para lograr una cualificación adecuada y contribuir a la igualdad de oportunidades. Podemos afirmar que ninguno de estos objetivos se logra hoy, “en nuestra casa”.
Como la afirmación es rotunda, relaciono algunos ejemplos para ilustrar esta primera idea: una proporción considerable de alumnos (25,7%, media española) no alcanza el nivel adecuado de competencia en comprensión lectora; muchos jóvenes (18-24 años) abandonan prematuramente el sistema educativo (el 29,9% sin lograr el graduado en ESO; el 33,4% sin conseguir graduación postobligatoria); persisten fuertes desigualdades sociales en el sistema educativo (el 21% de jóvenes provenientes de un medio social desfavorecido obtienen una graduación postobligatoria frente al 78% de jóvenes de familias económicamente favorecidas).
2. Un segundo elemento a tener presente es la pertinencia, eficacia y eficiencia actual de la organización del sistema educativo que, por un lado, no da respuesta a los objetivos que le marcan las leyes y, por otro, no compensa de manera eficaz las consecuencias de las desigualdades sociales y culturales y genera, con demasiada frecuencia, un sentimiento de insatisfacción entre estudiantes, familias y profesorado.
3. Hay un tercer elemento a considerar que contribuye al éxito o el fracaso del y en el sistema que está integrado por diferentes factores: origen socio-profesional y económico de las familias, nivel educativo y papel de los padres con relación a la educación de los hijos, entorno económico, social y geográfico, problemas o disfunciones individuales de todo tipo.
4. El cuarto elemento está en manos de las políticas educativas: sistema de selección del profesorado, su formación inicial y continua, su seguimiento y control pedagógico y laboral; dotación de recursos de todo tipo a los centros; distribución del alumnado entre centros públicos y privados o entre centros de un mismo espacio territorial; sistema de orientación académica y profesional; calendario, curriculum, distribución horaria…
5. Como último elemento a considerar – podríamos alargar la lista - hemos de señalar que el sistema educativo español, en su conjunto y en las diferentes particularidades, está inadaptado a los nuevos retos que tiene planteados, pese a las sucesivas reformas educativas. Todos los dispositivos puestos en marcha han mostrado sus limitaciones porque se producen en el marco de una organización escolar inamovible e “inamovida” (salvo excepciones, ¡que no se diga!) y porque se han basado casi siempre en el voluntarismo de algunos profesionales. Ello motiva que el éxito de un alumno dependa del centro donde “ha tenido la suerte de caer”, de los profesores “que le han tocado” y de la familia con la que “por destino” vive. Poco hay que adjudicar al sistema educativo, es decir, a su estructura orgánica y funcional y a su política de gestión. En definitiva, es gracias (y pese a) la implicación de determinados profesores, padres y madres y entornos territoriales-sociales y al capital cultural heredado, que la educación alcanza o no el éxito que tiene asignado. Es gracias al recurso a la imaginación y a la buena voluntad de unos y otros que el sistema escolar se mantiene en funcionamiento pese a sus limitaciones y rigideces. Ello comporta, lógicamente, un importante factor de desigualdad.