Estos días los medios de comunicación se hacen eco de un dato publicado por la Comisión Europea: 6 millones de personas jóvenes, entre 18 y 24 años, abandonan prematuramente el sistema educativo-formativo. Por lo que se refiere a España, las tasas de abandono duplican la media europea.
Los datos ponen los pelos de punta. Se trata de jóvenes sin cualificación adecuada (capacidades, competencias, actitudes, aptitudes) que corren el riesgo de caer en la exclusión social. Las razones por las cuales estas personas jóvenes abandonan el sistema educativo-formativo son numerosas y, a menudo, muy personales. La realidad es que este abandono es el resultado de un proceso progresivo de “desenganche” de la escuela, que se inicia mucho antes de llegar a la etapa postobligatoria. El abandono prematuro supera los muros de la escuela, es un problema colectivo, es un problema para la sociedad, para el Estado, para los ayuntamientos para las familias, para los empresarios, para los sindicatos.
Los riesgos que este hecho genera para el futuro de la sociedad y para el desarrollo económico son importantes. También lo son para el desarrollo social y político, principalmente, porque la mayoría de estas personas pueden acabar siendo usuarias estables de prestaciones sociales y, muy probablemente, dejar de participar en los procesos democráticos. Por otro lado, la ausencia de nivel educativo-formativo de una buena parte de la juventud puede suponer, en el futuro, pasar de ser una sociedad desarrollada a otra subdesarrollada.
Una y otra vez se repiten las mismas ideas sobre cómo remediar el abandono escolar, no por ello se soluciona el problema. Voy a fijarme, por mi parte, en algunos aspectos que considero inaplazables para poder caminar hacia la reducción del abandono:
• Es preciso tener en cuenta que todos los jóvenes poseen capacidades y, por ello, debe rechazarse cualquier lógica fatalista. A menudo, el “desenganche” actúa como fenómeno de atracción, por ello, hay que ayudar a los jóvenes a mejorar la propia imagen.
• Todos los abandonos no tienen el mismo perfil, por tanto, requieren de tratamientos específicos: estrategias de prevención, estrategias de derivación, estrategias de aprendizaje.
• Es clave trabajar con las familias para que comprendan el sentido y la misión de la escuela. Es necesario que se cree un ambiente de confianza entre escuela y familia, eliminar desconfianzas, suprimir malentendidos.
• Es esencial controlar el absentismo escolar, raíz del abandono temprano. La escuela debe ser, en este sentido, una comunidad de intereses y debe actuar de forma asociada con las autoridades municipales.
• Los profesionales de la enseñanza han de dar sentido a los conocimientos, al saber hacer trasmitido.
• La motivación y la prevención son el mejor impulso para evitar el abandono, para ello es preciso: estimular la autoconfianza en el alumno, escucharle, ayudarle a aceptar el error.
• Una educación inclusiva (sexo, origen, raza, clase social…) es un instrumento clave frente al abandono: la equidad favorece la cohesión social y la confianza en sí mismo y en el sistema.
Por otro lado, en los análisis que se realizan sobre el fracaso escolar, es un lugar común señalar como uno de los elementos causantes la insuficiencia de recursos humanos y materiales. Sin negar esta valoración, quiero realizar dos apreciaciones. La primera: es imprescindible comenzar a utilizar mejor los recursos disponibles. La segunda: en un contexto de recursos limitados, es preciso concentrar los esfuerzos, principalmente, en aquello que se hace en el aula, en la relación que debe establecerse entre profesorado y alumnado y no sobre otros aspectos de la vida escolar que, siendo importantes, afectan menos a lo que es esencial.