"Denme el control sobre la moneda de una nación y no tendré que preocuparme por los que hacen sus leyes " (Anselme Rothschild, banquero).
Nos encontramos en una situación ante la cual no se puede hacer nada de nada: es el resultado de la mundialización, es lo que quieren los mercados…, según afirman políticos, economistas, sociólogos, periodistas, tertulianos de diverso pelaje y todo aquél al que le ponen un micrófono delante, le permiten publicar su opinión o le pagan por hacerlo los mismos rectores de la mundialización y de los mercados.
Este fatalismo es contrario a toda política y puede ser contrarrestado si los Estados, sus gobiernos, afrontan el feudalismo económico-financiero que nos rodea, basado en el arte del chantaje. ¿Podemos considerar hoy que los Estados toman decisiones libremente, que son soberanos? Parece que no: hemos vuelto a un sistema feudal gobernado por financieros, grupos de presión y “boceros”, que tratan a los Estados en términos de vasallos que les deben pleitesía.
Los Estados ¿pueden revelarse y resistir ante esta realidad palpable? Creo que sí, si sus gobernantes tienen la voluntad de utilizar las leyes y las instituciones que disponen en sus manos, si defienden la libertad de sus pueblos ante los abusos de las grandes industrias financieras. ¿Qué no es fácil? Evidentemente, pero ¿qué Estado ha jugado todas sus cartas? Y todos los Estados juntos ¿han querido jugarlas?
Los gobernantes aceptan, de buen grado o forzados por la situación, la alianza de los señores de las finanzas contra los Estados democráticamente organizados. A cambio de su sumisión, son aceptados a las mesas de los señores. En caso contrario, pueden acabar en el ostracismo. El teatro mediático, en manos de los mismos señores, se encarga de ello, a modo de corte del Antiguo Régimen. Éste mismo teatro se faculta incluso para promover la alternativa en el poder a aquellos gobernantes que, aunque solo sea en un aspecto, no acaban de doblegarse totalmente a los designios de los señores de las finanzas. A eso le denominan necesidad de alternancia, es decir, situar al frente del Estado marionetas que se avienen mejor a sus deseos. Pese a todo ello, los ciudadanos creen estar aún en democracia, aunque tan solo se adoptan decisiones que son queridas u ordenadas por los señores de las finanzas.
En este escenario de sumisión – y más en el de la posible alternancia - esos ciudadanos verán cómo se destruyen todos los servicios públicos, todos los derechos sociales y laborales, todas las normas que regulan la libertad individual y colectiva. Verán, en definitiva, cómo se destruye la democracia occidental a manos de los señores de las finanzas.
Teniendo en cuenta este panorama, ¿no será necesario actuar y ponerse en marcha frente a todos aquellos que están deseosos de ser “ese alguien” que ha sido capaz de poner en duda el valor democrático de los Estados occidentales?, ¿no será necesario exigir activamente a sus gobernantes una política soberana frente al feudalismo económico-financiero?