El Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, o Informe PISA por sus siglas en inglés (Programme for International Student Assessment), es una iniciativa de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la cual, según reza su lema, se dedica a la cooperación internacional con el objetivo de coordinar las políticas económicas y sociales de los países miembros de la organización (34 en estos momentos). En realidad, se trata de una organización de los países más ricos del planeta que formula análisis y recomendaciones sobre la manera de hacer funcionar lo mejor posible el capitalismo mundial. Entre los temas que suele tratar la OCDE podemos encontrar algunos muy significativos para conocer hacia dónde “van sus tiros”: cómo privatizar los servicios públicos, cómo orientar la educación-formación para salvaguardar las empresas y aumentar los beneficios empresariales, cómo reflotar los bancos sin que sus accionistas se vean afectados, cómo reducir la presión fiscal sobre la riqueza, cómo disminuir los salarios sin provocar revueltas sociales…
La OCDE y la educación-formación
La OCDE fue creada en 1961 y hasta el año 1997 no puso en marcha el programa PISA, es decir, tardó más de 30 años en implantar un programa que evalúa las aptitudes de los estudiantes de 15 años – estén en el nivel educativo (curso) que estén - para la vida en una sociedad moderna. Loable objetivo al que España se incorporó, por primera vez, el año 2000 y al que, posteriormente, se han ido añadiendo buena parte de las Comunidades Autónomas españolas, aportando sus especificidades.
Ahora bien, ¿cuál es la visión que la OCDE tiene de la educación-formación?, ¿en qué basa la OCDE el éxito educativo?, ¿qué indicadores utiliza para medir los resultados de los alumnos? La teoría educativa de la Organización se basa en que los éxitos educativos se miden por los resultados conseguidos y su impacto en el progreso económico. De hecho, eso es lo que trata de medir el PISA a partir de una batería de pruebas estandarizadas destinadas a evaluar competencias básicas (habilidades) en lectura, lenguas, matemáticas, ciencias y, últimamente, el uso de la informática. Esta medición se realiza país a país y de forma comparada entre países. De ahí, que todos los asociados a la OCDE participantes en el programa quieran conocer si han ido mejorando posiciones en el ranquin comparado. Asimismo, los investigadores de la educación y los analistas de cualquier pelaje (desde los políticos, a los culturales y educativos, a los tertulianos, sabedores de todo y expertos en pocas cosas) encuentran en los resultados de las pruebas PISA un instrumento para interpretar las brechas educativas en el espacio internacional y nacional e identificar (muchas veces sin que PISA esté diseñada con el objetivo que persiguen sus análisis) factores internos y externos a la escuela que explican los rendimientos de los jóvenes evaluados.
La evaluación PISA tiene un prestigio técnico y científico incuestionables, capaz de aportar información objetiva y fiable de las características comparadas de los diferentes sistemas educativos, se ha convertido en un referente incluso para la opinión pública. Tiene un carácter complementario respecto a las evaluaciones internas y externas que habitualmente realiza la escuela. Sin embargo, y sin restar mérito a la necesidad de conocer la situación del propio país en el panorama internacional, las pruebas PISA solo nos indican cómo estamos con respecto a los demás países evaluados en una serie de contenidos (competencias básicas, es decir, cultura matemática y lectora, en ciencias y en lectura digital), que si bien son muy relevantes, no llegan a coincidir ni con el 20% de todo lo que los jóvenes adolescentes han de haber aprendido en la escuela. PISA sólo mide si los conocimientos de los jóvenes son suficientes para dar respuesta a las demandas de una determinada forma de economía. En ninguno de sus contenidos, PISA evalúa, por ejemplo, las técnicas de base de la lengua: ni la ortografía, ni la rapidez en la lectura, ni el dominio de un vocabulario amplio, ni el placer por la lectura, ni la imaginación en la redacción de un texto…
Es más, PISA no nos especifica dónde están realmente nuestros principales problemas en el ámbito educativo, ni qué hemos de hacer para mejorar (excepción hecha de realizar recomendaciones genéricas que afectan más a aspectos externos de la educación, por muy importantes que sean – como las inversiones –, que a aspectos relacionados con el currículum, las metodologías, los recursos pedagógicos…). El acercamiento de PISA a la educación es, pues, generalista. Nada nos dice sobre cómo estamos en relación con el diseño curricular estatal y autonómico. Para más inri, tomando como base las llamadas “preguntas liberadas”, hay quien está empezando a hacer su agosto, vía internet o en academias, dando clases y fabricando manuales que sirven para entrenar de manera estereotipada al alumnado de cara a las pruebas. También parte del profesorado está utilizando el “método autoescuela”: adiestrar para superar un examen.
Cuestiones sin respuestas
¿Qué nos dice PISA del aprendizaje de la geografía y la historia, de la música y el arte, de las lenguas no propias y el dibujo?, ¿dónde queda, en sus preguntas, la asimilación de los principios de socialización, convivencia y democracia?, ¿con qué cuestiones nos hacen saber si nuestros jóvenes adolescentes tienen suficientes conocimientos y destrezas para enfrentarse a la vida adulta?. ¿Acaso PISA sirve para explicar los factores que evidencian la diferencia de resultados entre los estudiantes?, ¿por casualidad, explica cómo dar respuesta acertada a esos factores? ¿Dónde está el valor orientador y prospectivo de las pruebas? PISA no ofrece elementos de medida de nada de todo esto, ni ofrece una proyección de resultados planteando alternativas, criterios y orientaciones.
Por ello, no se puede caer en la simplificación a la que los medios y algunos expertos en educación nos están acostumbrando de que PISA es “el indicador” de la calidad educativa. Y menos aún, a partir solamente de sus resultados, cargar sobre la escuela la responsabilidad única del éxito o el fracaso de la acción educativa. El rendimiento, los resultados, la asimilación de saberes y la adquisición de capacidades están asociados también a factores no escolares, como el acceso a servicios básicos, el nivel de instrucción de los padres, la implicación del entorno familiar y social en la educación de los niños y adolescentes, la pobreza, la exclusión… Sin olvidar, evidentemente, la importancia en esta implicación de los órganos políticos y administrativos que dirigen e intermedian en la escuela.
En resumen
Bienvenidas las pruebas del programa PISA, pero nunca si se convierten – como está pasando – en el centro del currículum escolar y en la principal medida de la calidad de la escuela.