¿Está perdida la política?
El título es un remedo del que utiliza el profesor Marco Revelli en su obra La política perduta (versión castellana en Trotta, Madrid 2008), donde se pregunta si la política está en fase de extinción. Basa su cuestionamiento en lo que llama la “actual mediocridad de los líderes” y afirma que en el caso italiano la realidad llega a ser desoladora y que es dramática a escala mundial. Por mi parte, limito el campo de reflexión. Revelli habla de toda política, yo sólo hago referencia aquí a la política frente a dos hechos actuales: la crisis económica y las guerras vigentes o larvadas. Las dos caras de un sistema de explotación y despojo.
Posiblemente, la política no está del todo perdida, pero, ciertamente, anda bastante desorientada. No sabe cómo superar el estancamiento actual, no sabe hacia dónde caminar: “grande es el desorden bajo el cielo” de la política, según frase de Giovanni Arrighi (Adam Smith a Pechino, Feltrinelli 2008).
En estos tiempos, en nuestro mundo occidental, la política se debate entre refundar el capitalismo o simplemente modificarlo, entre finiquitar los conflictos bélicos o establecer un orden universal basado en el principio bíblico “que nadie toque a Caín”, es decir, a USA. La indignación moral que provoca el eclipse de determinados derechos humanos, a manos de la economía y de la guerra, y el retorno a una cultura reaccionaria y clerical, mediante la restauración de modelos autoritarios, que parecían periclitados, hacen dudar sobre la vigencia de la política.
Desde el punto de vista económico, es urgente acabar con la duda. La cuestión no es capitalismo sí o no – que también -, o capitalismo reformado. Es cierto que el capitalismo se ha extendido como una metástasis (no creo que Marx y Engels pensasen jamás en que se lograría el hiper-capitalismo comunista chino) y nos lleva a un desarrollo in aeternum, continuo y acelerado, que está acabando con el equilibrio ecológico. El desarrollismo destructivo y los estándares de vida en los que estamos insertos son incompatibles con la sostenibilidad del desarrollo humano y con la idea de equidad local/global. Actualmente, estamos viviendo una atrofia de los mecanismos económicos que han entrado en una especie de autodestrucción, inmersos en una realidad obsoleta. La cuestión principal es, pues, otra: buscar el no-desarrollo como solución y acabar con el proceso de explotación y despojo. Y esa es la salida de la política.
Desde el punto de vista del “orden” a establecer es necesario desechar la idea del monopolio de la fuerza. En este mundo global, abrir la “caja de Pandora” de la violencia - aunque se disfrace de servicio a la paz, la libertad y la ley (léase antes Irán y ahora Afganistán) – genera un entorno absolutamente incontrolable. Hoy, la guerra está individualizada: cualquiera y en cualquier parte puede hacer su guerra. Es necesario, pues, el uso de un nuevo paradigma político. El nuevo espacio de la política, para el cual se necesita coraje, hay que situarlo en el uso de la no-violencia técnica como instrumento de relación entre los pueblos. Lejos de todo “buenismo” y de toda agresividad militante hace falta arrojo para proteger y tutelar los derechos fundamentales como instrumento de solidaridad entre extraños.
¿Está, pues, perdida la política? Creo que no. La duda es si la política sabe y quiere cambiar de referentes.