VII
JORNADAS INTERNACIONALES CIUDADES CREATIVAS KREANTA.
MONTERREY
CREATIVA 2014 (25 de octubre)
Formación
y trabajo. Creando las condiciones para la emancipación
Emilio
Palacios, Fundación Kreanta
Resumen
La juventud debe ser considerada como un proceso
lineal largo, complejo y poco estándar, debido a las mutaciones sociales,
culturales y estructurales a las que está sometida. Debe superarse, pues, la
tendencia a ver la juventud solo como una etapa de transición –una categoría in itinere, entre la infancia, la formación,
el trabajo y la vida adulta- en el
proceso de socialización del individuo y observarla/tratarla como una etapa de
la vida en sí misma. Una etapa de ensayos, experiencias, aprendizajes, de
éxitos y frustraciones.
La emancipación de
los jóvenes es una lucha de altos vuelos que debe ganarse con los hechos y en
los espíritus. Ser joven no debe querer decir estar bajo la protección
familiar; ser joven no debe ser igual a estar vagante (NEET, not in education, employment or training);
ser joven no debe ser igual a persona financieramente dependiente; ser joven no
debe querer decir ser juguete de los mercados laborales, sinónimo de
precariedad e inseguridad laboral. Ser joven es ser autónomo para poder decidir
sobre el propio futuro.
Cuatro propuestas complementarias e indisociables para
que los jóvenes sean actores del cambio:
1. Educar-formar para asentarse de
manera estable en la vida laboral: derecho a la educación-formación a lo largo
de la vida.
2. Ayudar a la emancipación mediante la
puesta en marcha de servicios públicos locales de información, orientación y
acompañamiento.
3. Favorecer la emancipación por medio
del trabajo. La actividad es un factor de dignidad, que permite una vida
decente.
4. Los jóvenes, actores estratégicos
del cambio. La proactividad del conocimiento juvenil como herramienta para
fortalecer la democracia y empujar el desarrollo.
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Como persona de edad
avanzada, agradezco a la organización de Monterrey Creativa 2014 su invitación
a hablar sobre y para la juventud. Aunque ya no me encuentro profesionalmente
en activo (por tanto, estoy fuera del concepto “persona de edad avanzada”, que
la OIT utiliza para las personas de 55 a 64 años que están en el mercado de
trabajo), sigo en contacto con los jóvenes, tanto en mis estudios y reflexiones,
como en las actividades de carácter voluntario que desarrollo con la Fundación
Kreanta y la Fundación Utopia de Estudios Sociales del Baix Llobregat
(Barcelona), y en mis clases del máster Trabajo,
relaciones laborales y recursos humanos, de la Universidad de Girona en
Cataluña (España). Estas actividades me permiten seguir aprendiendo de los
jóvenes.
Hoy, se multiplican las encuestas de opinión, los
sondeos, las declaraciones, los informes, los foros – como el nuestro – en los
que se habla sobre la juventud. Sin embargo, no existe una acción
internacional, tipo Declaración de los
Derechos del Niño o Declaración sobre
la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, auspiciadas por la
ONU. ¿Sería necesaria una acción de este tipo? Vista la efectividad de ambas,
posiblemente no. Tampoco tiene, al parecer, un resultado positivo la Convención Iberoamericana de Derechos de los
Jóvenes (2005), aún no ratificada por México. Opino, sin embargo, que el
tema ha de ser objetivo prioritario en las perspectivas de toda contienda
electoral, nacional y local, mediante la proposición y puesta en marcha de políticas
de emancipación.
En el ensayo de Virginia Woolf, Una habitación propia (ustedes dicen “un
cuarto propio”), aparecen algunos aspectos de lo que voy a exponerles hoy. En
octubre de 1928, la Sociedad Literaria del distrito londinense de Newham había
invitado a Virginia Woolf a realizar una conferencia sobre la mujer y la
literatura. Terminó escribiendo un ensayo sobre las condiciones necesarias para
que una mujer se pueda dedicar a escribir. Según su teoría, tres son las
condiciones necesarias: autonomía, es decir, independencia económica, un espacio
propio e instrucción. Algo similar podemos decir, casi un siglo después, que
necesita la juventud para emanciparse. De hecho, los caminos más claros de
emancipación para los jóvenes son la acumulación de saberes y experiencias a
través de la educación, la obtención de unos ingresos distintos a los
familiares por medio del trabajo o de los negocios, y conseguir vivir separados
de los padres, en resumen, la emancipación.
Actualmente, en España, nos encontramos en
una situación socioeconómica dramática: la tasa de paro general es del 24.5% y
la de los jóvenes del 53.8%. Este es el resultado de la crisis desencadenada
por el capitalismo neoliberal desbocado en el que vivimos, en un contexto de
absoluta desregulación económica, que ha actuado (y actúa) con falsas
expectativas (“el crecimiento no tiene límites”) y mediante instituciones
altamente ineficaces, tanto en España como en el conjunto de Europa (los
gobiernos nacionales, autonómicos y locales, la Unión Europea, la banca, las
empresas). Las consecuencias de esta crisis económica en
el proceso de emancipación de los jóvenes son cada vez más funestas. Sus transiciones
biográficas (formativas, laborales y residenciales) se interrumpen o se demoran,
con una dependencia directa de los padres. Las dificultades que estos jóvenes
están viviendo no revierten únicamente en el debilitamiento de su emancipación
personal, sino también han alterado el relevo generacional y han quebrado la
sostenibilidad de nuestro equilibrio social (ya no digamos del Estado de
Bienestar).
Esta exposición tiene un doble objetivo: por
un lado, señalar algunos aspectos importantes de un fenómeno complejo y
multifacético, como es la transición a la vida adulta; por otro lado, aportar
indicaciones y sugerencias para el diseño e implementación de políticas que
apoyen a los jóvenes a lo largo de la inestabilidad propia de la edad y en su proyección
más allá de ésta.
a.
Realidades juveniles diferentes
La juventud es «un proceso social de autonomía
y emancipación familiar plena, que concluye con el acceso a un domicilio propio
e independiente»[1].
“Dicho proceso, que supone la articulación compleja de eventos de formación,
inserción profesional y emancipación familiar -que ocurre en un marco
sociopolítico determinado que configura un sistema de transición específico-,
adquiere características variables en las sociedades contemporáneas. Por un
lado, ocurre un fenómeno de transitoriedad de los eventos que marcan la
transición a la adultez. Así, jóvenes que abandonan su hogar de origen luego
retornan al hogar de sus padres. Por otro lado, los modelos pierden capacidad
de referencia y varían los ritmos y duraciones de transición así como las
secuencias que comportan. De esta manera, el evento de emancipación familiar
plena, que tradicionalmente marcó el fin del proceso de transición a la
adultez, se coloca hoy también como un evento intermedio en la vida de muchos
jóvenes”[2].
La
juventud, pues, se desenvuelve en diversas realidades dentro de las cuales se
ubica y ante las cuales responde. ¿Cuál es la base de esa diversidad?
En primer lugar, la estructura social, en la
que se insertan los jóvenes, no es homogénea, al existir desigualdades derivadas
del nivel y la fuente de ingresos, por grupos de edad, por sexos, por hábitat,
por etnia. A su vez, en cada entorno social actúan diversos actores (agentes institucionales
y sociales) con distintas percepciones, objetivos y estrategias, que
intervienen en distintos escenarios (el doméstico, el comunitario, el educativo,
el cultural, el político, el económico), con diferente capacidad e intensidad
de influencia.
En segundo lugar, la juventud es heterogénea a
causa de esa estructura social y, además, porque se trata de un concepto
histórica y culturalmente cambiante. La propia denominación de juventud ha cambiado
a lo largo de la historia (efebos, púberes, jóvenes) y también ha cambiado el contenido
de la denominación. En mi juventud éramos jóvenes hasta los 21 años, más o
menos; hoy, en el ámbito laboral (y estadísticamente) se considera que una
persona es joven hasta los 30 años.
En tercer lugar, existen distintos aspectos
del entorno juvenil que constituyen realidades en sí mismos y que se
diferencian de las demás, aunque están interrelacionadas (salud, educación,
cultura, deporte, vivienda, empleo, asociacionismo).
Finalmente, si hablamos de la juventud
mexicana –y de cualquier otra-, las realidades de cada Estado e intraestatales son
también diversas, produciendo en cada una de ellas recursos, ámbitos y
resultados dispares.
b.
Con respuestas institucionales diversas
Ante estas realidades, la cuestión juvenil se
contempla, institucionalmente, con una mirada doble: a) como campo de cultivo
(modelo democrático); y b) como problema (modelo paternalista). Por un lado, el
modelo democrático se basa en la
concepción de la juventud como un colectivo social, cultural y políticamente
inexperto que requiere un proceso educativo que le capacite para su lucha por
la igualdad de oportunidades y su emancipación. Se considera al joven como
sujeto participativo. Por otro lado, existe una visión de la juventud como un
colectivo de seres débiles, en situación de riesgo, que exige acciones de
control e integración social y que considera al joven como sujeto a proteger.
Es el modelo paternalista.
En el modelo “campo de cultivo” los jóvenes
son vistos como necesitados de información y formación para convertirse en ciudadanos
responsables y de pleno derecho. El modelo “problema”, en cambio, ve en los
jóvenes un colectivo frágil, indefenso, dependiente... De ahí, la consideración
de edad difícil, ya en su generalidad, ya en su especificidad (delincuentes,
drogadictos, discriminados en función del sexo, de la raza, de la clase social).
La respuesta institucional del modelo paternalista debería tomar en
consideración, en sus intervenciones, que se ha producido un alargamiento de la
juventud por diversas razones: 1) ha aumentado la esperanza de vida y, como
consecuencia, se prolonga la edad juvenil; 2) la escolaridad se ha alargado,
más allá de la edad obligatoria, retrasando así la entrada al mercado laboral;
3) el mercado laboral actual está definido por la precariedad contractual, por
ello, la insuficiente o eventual ocupación de los jóvenes hace más largo el
tránsito hacia la emancipación; 4) el dificultoso acceso a la vivienda es otro
motivo de retraso de la juventud y de su emancipación.
El modelo
democrático ha de ser consciente de que la juventud es hoy más libre (tiene
mucho que elegir y por elegir), pero tiene menos opciones, ya que sus decisiones
están bastante más mediatizadas por la abundancia de recursos que dispone
(informativos, formativos, culturales), pero, a la vez, es más vulnerable a la
hora de acceder a ellos (dependencia económica debida a la precariedad laboral,
los riesgos de la migración, la inseguridad o la violencia y la represión dirigidas
especialmente a los jóvenes, y más si se trata de mujeres)
Cabe, pues, que las instituciones cubran tres
tareas básicas: 1) seguir muy de cerca, de manera
continua y detallada, la situación social de los jóvenes y de sus hogares
familiares, de origen y de destino; 2) formular discursos coherentes y actualizados
sobre sus problemáticas; y 3) plantear de forma concertada las soluciones que
se puedan encontrar e implementar. La presencia de las instituciones es
imprescindible para no hacerse sentir solos a los jóvenes y con el fin de secundar
sus reivindicaciones de emancipación y autorrealización. Las instituciones
tienen ante sí una serie de retos de gran calado, en relación con la juventud:
relacionados
con la educación y el empleo, en cuestiones como el acceso, calidad, diversidad
cultural, o la relación entre educación, inserción laboral y emprendimiento
económico y el desarrollo sostenible; relacionados, también, con la importancia
de regular procesos de urbanización o el acceso a la vivienda digna y sostenible.
1.
Educar-formar para asentarse de
manera estable en la vida laboral: derecho a la educación-formación a lo largo
de la vida.
La educación representa la herramienta básica para obtener la
promoción personal y social del joven a través del fomento de sus capacidades
intelectuales y personales y el sucesivo alcance de un trabajo cualificado. La
transición del sistema educativo reglado al mercado de trabajo no es un momento
puntual que se resuelve como un rito de paso, sino más bien se interpreta como
un proceso que puede variar en función de las biografías individuales en la
intersección entre los itinerarios formativos y las demandas del sistema
productivo. Educación
y trabajo, pues, son dimensiones que deben ser estudiadas en conjunto, dado que
sus interrelaciones son profundas. Ahora bien, estas relaciones no son
necesariamente de causa y efecto, se trata de dos procesos diferentes, con sus
propias racionalidades, con distintas instituciones y estrategias y, sobre
todo, con tiempos diferentes.
La formación (entiendan siempre que hablo del binomio
educación-formación), el trabajo y la emancipación son tres caras de la misma
moneda. Hay que apostar decididamente por la educación y dar voz a los jóvenes
en la elaboración de esta política, dejando de lado el modelo paternalista. Los
jóvenes no quieren ser sujetos pasivos de su formación; necesitan y demandan
una formación crítica, una formación no sólo para el trabajo sino también para
la vida. Apostar por la formación es uno de los ejes fundamentales de cualquier
condición previa para la emancipación, porque las personas formadas están en
condiciones de adaptarse mejor a los cambios económicos y sociales.
La juventud es tiempo de aprendizaje; de
prender, agarrar, la vida y el mundo; de asumir hábitos; de aprender a
aprender; de adquirir competencias y saberes; de de-sarrollar habilidades; de
captar la realidad y de intentar cambiarla. Cambio, esta es la clave. Juan
Montalvo (escritor ecuatoriano de mediados del siglo XIX, considerado como uno
de los mejores ensayistas americanos de su época), en sus Lecciones a la juventud, decía que “es desgraciado el pueblo en el
que la juventud no es rebelde con el tirano”. Max Weber (sociólogo alemán,
coetáneo de Montalvo, hombre nada sospechoso de revolucionario) decía también
que los estudiantes norteamericanos eran más “espabilados” que los alemanes
porque mientras los primeros desconfiaban de sus maestros, los germanos se
sometían a una disciplina que era su jaula de hierro.
Son muchos, cada vez más, los estudios
realizados, tanto en el ámbito académico como en el institucional, dedicados al
diseño de políticas públicas sobre adolescencia y juventud, los que alertan
sobre el hecho de que entre el 15 y el 20% de los adolescentes y jóvenes latinoamericanos
no estudia, no trabaja, ni busca trabajo remunerado (OCDE, 2013; CEPAL, 2012;
OIT, (2010)[3].
Estos jóvenes son los jóvenes “nini”. Como saben ustedes, esta
palabra tiene
diferentes acepciones y debemos ser precisos para evitar un uso equivocado. Un nini
desea estudiar y desea trabajar, pero no encuentra las condiciones para desarrollar
dichas actividades. Por otro lado, muchos jóvenes considerados ninis trabajan,
aunque lo hacen en la economía no formal. “En las investigaciones realizadas
por la OIT, queda muy claro, por ejemplo, que las mujeres jóvenes, que son la amplia mayoría de los
ninis, tienen un enorme trabajo en sus casas en materia de tareas del hogar,
cuidado de hermanos, atención de ancianos. Es un trabajo muy importante que
nuestras estadísticas y nuestras políticas públicas deberían reconocer”[4].
Por
tanto, lejos del tono despectivo que a veces se usa, los ninis son los jóvenes que no han accedido al mercado
laboral y por alguna cuestión no han podido seguir con sus estudios. Muchas
veces, “a los “ninis” se les ha hecho pasar de una situación de vulnerabilidad
social a una categoría de ‘malhechores’. En conclusión, de ser víctimas han
pasado a ser un lastre social, al menos en los discursos oficiales, sin que
tenga en lo inmediato una respuesta a sus inquietudes como seres humanos. Ante
esta situación, ser “nini” representa ser tratado como malhechor, delincuente,
estorbo social sin medir las consecuencias de que en un futuro ese actor de la
sociedad formará parte de los problemas y/o soluciones de la misma comunidad”[5].
El informe Panorama de la Educación 2013,
publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE), con datos de 2011, estima que el 49% de los jóvenes mexicanos
concluirán eventualmente la educación media superior; también afirma que las
generaciones más jóvenes alcanzan un nivel educativo más alto que sus predecesoras.
Asimismo, la Encuesta Nacional de
Juventud 2010 (ENJ2010), elaborada por el IMJUVE
(Instituto Mexicano de Juventud) observa que a menor edad, mayor es el
porcentaje de jóvenes que se encuentra estudiando. En el grupo más joven, de 12
a 15 años de edad, cerca de nueve de cada 10 jóvenes continuaba estudiando, el
2010; en los grupos de 16 a 18 y de 19 a 24 años, los porcentajes se reducen al
65.5 y 34.1%, respectivamente. Sin embargo, el citado informe de la OCDE señala
que el 66.1% de los jóvenes entre 15 y 29 años no participan en ningún tipo de formación
del sistema educativo, y la ENJ2010 indica que el 18.7% de los jóvenes dejaron
de estudiar antes de cumplir los 15 años.
En
el desafío que representa el diseño adecuado de políticas públicas de juventud,
la educación, entendida como formación ciudadana, constituye una herramienta
central. Al respecto, es necesario destacar que la educación, particularmente
la formal, es concebida como una de las dimensiones sobre las que existen
desigualdades o injusticias que es preciso resolver, en especial en lo que
respecta a su distribución. Se le otorga, en cambio, poca relevancia a su papel
en el proceso de creación de las condiciones necesarias para la construcción de
la justicia social[6].
En este sentido, con
independencia de la aplicación de medidas específicas, en el presente marco de
cambio y de crisis, es urgente motivar a los jóvenes para que no abandonen
prematuramente los ciclos escolares e incentivar la oferta de formación técnica
profesional para que puedan construirse un perfil laboral. Aunque se caracterice
por una pluralidad de factores sociales, el abandono escolar es la culminación
de una trayectoria de resistencia a la participación en el sistema formativo y
constituye el resultado de un proceso de desvinculación progresiva de la
escuela que tiene su origen mucho tiempo antes de que el problema se manifieste.
La inserción laboral temprana sin un nivel
formativo adecuado, especialmente entre las familias de menores ingresos, es
uno de los mecanismos de perpetuación de la pobreza, ya que el joven estará
abocado a trabajar a cambio de una escasa remuneración. Esto comportará una
situación desventajosa. Es por ello que la lucha contra el
abandono educativo temprano precisa de una visión política de largo alcance,
por parte de todos los actores institucionales y sociales – públicos y privados
– para ayudar a aquellos jóvenes con mayores dificultades, fomentar un sistema
escolar accesible y flexible, que se ajuste a los intereses y aptitudes de esos
jóvenes y que ofrezca itinerarios y servicios que neutralicen los efectos de la
desigualdad social entre ellos[7].
Ahora bien, el abandono prematuro de los
estudios no debemos considerarlo únicamente como una anomalía personal, sino
como una insuficiencia imputable también a la escuela (en sus diferentes
niveles), a las familias, a las instituciones, a la sociedad, que se muestran
incapaces de contribuir al logro de la emancipación del joven.
Después de iniciarse la actual crisis
económica mundial, algunos países han puesto en marcha actuaciones destinadas a
“asentar” a los jóvenes en el sistema educativo y evitar así el abandono
prematuro. A modo de ejemplo, Australia introdujo
una política de asistencia social basada en la adquisición previa de calificaciones,
por la que se exige a los jóvenes de entre 15 y 20 años de edad la continuidad
en los estudios como condición previa para poder beneficiarse de prestaciones
sociales; Brasil amplió, recientemente, su programa Bolsa Familia, que incluye un mejor acceso a la educación y el
requisito de la asistencia escolar como condición previa para que las familias
puedan recibir prestaciones; Dinamarca exige a todos los jóvenes de entre 15 y
17 años de edad que preparen un plan de estudios con ayuda de sus padres, de la
escuela y de los centros de orientación, que incluye cuestiones relacionadas
con los estudios futuros, la formación, el empleo, las pasantías, las estancias
en el extranjero y el trabajo de carácter voluntario, si los estudiantes no
siguen el plan de estudios, los padres corren el riesgo de perder las
prestaciones que reciben por sus hijos[8].
Es difícil evaluar en qué medida son eficaces estos
programas –que incluyen un cierto componente represivo- a la hora de reducir
las tasas de abandono escolar y de alentar a los jóvenes a ampliar sus estudios
o permanecer en la escuela. En cualquier caso, es importante tener presente
que, aunque estas iniciativas tengan éxito, sólo aplazarán la incorporación al
mercado de trabajo. Por lo tanto, las medidas de este tipo deben desempeñar una
función adicional al apoyar el empleo global de los jóvenes, abordando en
particular la inactividad de los jóvenes y mejorando la calidad del empleo.
Sin estas medidas adicionales, las personas jóvenes que en el futuro se incorporen
al mercado de trabajo correrán el riesgo de pasar rápidamente a formar parte
del número creciente de jóvenes subempleados y desalentados.
¿Qué formación, pues? Los jóvenes de hoy poseen un
capital cognitivo que “no circula y no se reconoce, mientras prevalece en los
sistemas educativos un capital cultural desactualizado que se reproduce
ritualmente y bloquea las formas emergentes en las que los jóvenes construyen
sus saberes”[9].
Por ello, es necesario construir políticas públicas educativas con
criterios de descentralización, pertinencia territorial, intersectorialidad y
comprensivas con la realidad de los diferentes entornos. Una
formación que potencie nuevas capacidades, conocimientos y habilidades para que
los jóvenes se integren plenamente en la sociedad actual y hagan frente con
éxito a los retos que les plantea un mercado de trabajo continuamente
cambiante, con especial atención para aquellos jóvenes que tienen más
necesidades formativas y ocupacionales. En esta línea, es preciso dotar al sistema
de formación de instrumentos que favorezcan la creación de vínculos entre los
empleadores y los centros de enseñanza. Un
sistema educativo vivo, en el que converja la adquisición de sabiduría con la
acumulación de experiencias prácticas (saber y saber hacer), la formación para
la profesión con la formación personal (saber ser y saber estar), la toma de
apuntes con la toma de decisiones, las reivindicaciones con la asunción de
responsabilidades. Una educación que inculque la importancia de la disciplina,
del esfuerzo, del trabajo en equipo, de la capacidad de emprender. Una educación
culturalmente apropiada – minorías - que empodere y no solo enseñe.
Un sistema educativo diseñado con la
participación de los jóvenes que permita la creación de programas cercanos a
las comunidades y realidades locales (sin olvidar las rurales). Un sistema que
abarque la oferta formativa, la inserción laboral, la formación en emprendeduría
y en generación de empresas. Un sistema comprensivo tanto del entorno inmediato
como del más lejano, y generador de significado para los jóvenes. Un sistema
que responda a los requisitos de la formación a lo largo de la vida. Por tanto,
un sistema reformulado con nuevos componentes de contenido, de organización y
de métodos. Finalmente,
es preciso tener presente que la agenda Objetivos
del Desarrollo del Milenio[10]
fue demasiado
minimalista: es necesaria la educación totalmente gratuita
desde el grado cero a la superior, abierta a cualquier grupo de edad, que
responda a las necesidades no sólo del mercado sino de la sociedad en general,
por tanto más democrática y plural. La educación debe considerarse como
generadora de estímulos para ser trabajada desde la primera infancia a la vejez
(educación a lo largo de la vida),
2.
Ayudar a la emancipación mediante la
puesta en marcha de servicios públicos locales de información, orientación y
acompañamiento.
Desde
hace años, antes incluso de producirse la actual crisis económica, en España
hay una proporción considerable de jóvenes altamente cualificados con un
trabajo no coherente con los estudios cursados y con la titulación conseguida.
El informe Eurydice del 2007 ya evidenciaba que sólo el 44% de los
universitarios españoles tenía un trabajo acorde con su nivel educativo, diez
puntos menos que la media de la Unión Europea. Este dato refleja la frecuente
falta de correspondencia entre oferta y demanda en el mercado de trabajo de mi
país. Sin embargo, se está produciendo el fenómeno de la “fuga de cerebros”:
jóvenes con alta formación universitaria o técnica media y superior que emigran
y son muy bien recibidos en otros países.
Si este es el panorama entre los jóvenes mejor
preparados, menos positivo lo es aún entre los jóvenes con escasa
cualificación. Ya he hecho anteriormente referencia a los niveles de desempleo
general de los jóvenes españoles. Ambas situaciones son el reflejo de la falta
de unos servicios públicos locales de empleo que informen y orienten al joven
en su transición de la escuela al trabajo y le acompañen en su emancipación.
La información y orientación son componentes necesarios de la formación a lo largo de la vida. Toda persona tiene derecho a ser orientado, asesorado y acompañado: orientación de servicio público para garantizar a todos el acceso a una información libre, completa y objetiva sobre las ocupaciones, capacitación, certificación, derechos laborales, niveles de remuneración, organizados en redes.
En
cualquier país y entorno socio-económico, son necesario servicios de información,
orientación y acompañamiento que tengan presentes tres principios[1]:
- · El componente juvenil de la sociedad se ve y se trata como una “red”, no como una “estructura”; se percibe y se establecen relaciones como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número infinito de combinaciones y permutaciones.
- · La responsabilidad de la elección recae en el propio joven, “elector libre y consecuente” con sus decisiones.
- · La virtud más útil no es la “conformidad” a las normas
sino la “flexibilidad”, la presteza para cambiar de tácticas, estilos y formas
que ayuden a informar, orientar y acompañar según las disponibilidades y
necesidades de cada momento.
3.
Favorecer la emancipación por medio
del trabajo. La actividad es un factor de dignidad, que permite una vida
decente.
Es un lugar común,
que la probabilidad de conseguir un empleo aumenta de forma generalizada con el
nivel educativo, sin embargo, la situación ocupacional no mejora
automáticamente una vez finalizados los estudios y tampoco se produce siempre
una correspondencia adecuada entre la cualificación formal y la colocación
laboral.
La inserción en el mercado
de trabajo así como los primeros éxitos ocupacionales influyen de manera
determinante en el desarrollo de la carrera profesional de los jóvenes. Tales
aspectos son centrales en sus proyectos de emancipación porque vertebran las
pautas de independencia y de autonomía personal que fundamentan el proceso de
transición a la vida adulta y su biografía futura sobre una base de seguridad,
estabilidad, participación e integración social[12] .
En
nuestro siglo XXI, las condiciones y las exigencias del mercado de trabajo
están sometidas a un ritmo vertiginoso, en el cual la inestabilidad y la
flexibilidad laboral imperan a sus anchas. Esto está provocando la desaparición
de la noción de trabajo remunerado estable (considerada obsoleta, desde la
óptica neoliberal) y la disminución de la centralidad del trabajo como espacio
privilegiado de cohesión (restricciones en el acceso, inestabilidad en el
proceso y desvirtuación del papel de los actores colectivos). Estos hechos
atacan directamente a uno de los pilares fundamentales imprescindibles para
asegurar las necesidades sociales de las personas –y, en especial, de los
jóvenes-, que no es otro que la simple remuneración económica que posibilita
no sólo la manutención del individuo sino su integración y, lo más importante,
afianza su posición social –emancipación- dentro de un sistema
Asistimos, hoy, a una concepción dual de
exclusión por motivos laborales, provocada por la situación de desempleo y, en
muchos casos, motivada también por la precariedad del mismo. Este hecho mina el
ideal de emancipación de los jóvenes. La situación de vulnerabilidad
estructural en la que se encuentran y la relación existente con su exclusión
social sitúa al joven en una línea divisoria peligrosa laboralmente. Tras años
de formación o de espera, el joven se ve forzado a buscar un lugar u ocupación
que le permita su integración social y emancipación. Pero la realidad a la que
se enfrenta es bastante distinta de la esperada. Topa con un mundo en el que el
alto nivel de desempleo, la baja remuneración salarial y el aumento de los
contratos basura le hacen difícil poder desarrollar su carrera profesional y su
emancipación.
La inserción laboral,
como paso del sistema formativo reglado al mercado de trabajo, y la
construcción de una carrera profesional estable, juntamente con la salida del
hogar familiar para vivir por cuenta propia, son etapas centrales para todos
los jóvenes en sus trayectorias convencionales y “normalizadas” hacia el
estatus de personas adultas. Sin embargo, la economía informal y la precariedad
laboral de los jóvenes (así como el difícil acceso a la vivienda) están influyendo
de manera decisiva en el desenlace de estas transiciones y en sus posibilidades
de éxito, porque son factores que dificultan la realización de los proyectos de
emancipación de los jóvenes y alteran el relevo generacional en la sociedad.
Según datos de la OIT, en 2009, el empleo informal
entre los jóvenes de 15 a 19 años en Chile, Colombia, Ecuador, México, Panamá y
Perú superaba en más de 30 puntos porcentuales el de los adultos. En estos
países, la tasa media de informalidad laboral en la población joven era del 82.4%
en promedio, frente al 50.2% en los trabajadores adultos[13].
El pasado día 14 de este mismo mes, el Director General de la OIT, Guy Rider,
afirmaba[14]: “El promedio de la tasa de informalidad en
las Américas es de casi 47 por ciento. Ha bajado, pero sigue siendo elevada”. Y
continuó: “[Por ello,] el desafío de la
formalización del trabajo en la región tiene que ser una prioridad”. “A la vez,
y esto no es una casualidad, con estas tasas de informalidad no es sorpresa que
las Américas sea aún la región con más desigualdad del planeta”, finalizó.
Por otro lado, de acuerdo con una encuesta (2013) de la Consultora OCCMundial,
de cada cien profesionistas mexicanos, 82 estarían dispuestos a emigrar a Estados
Unidos en busca de mejores oportunidades de desarrollo. La muestra fue aplicada
a más de cinco mil profesionistas que buscan trabajo, de los cuales la mayor
parte tiene entre 20 y 29 años de edad[15].
En casi todos estos
países, el aumento del desempleo ha sido mayor entre los jóvenes que entre los
adultos. En total, los jóvenes representan más del 22% del incremento del
número de desempleados registrado desde principios de 2007 a 2012. Como consecuencia
de ello, actualmente el desempleo juvenil es casi tres veces mayor que el nivel
promedio entre los adultos de 25 años o más. Los jóvenes sin una formación
general o profesional son especialmente vulnerables ante el empleo. Se ven
afectados de manera mucho más marcada por los períodos de desempleo y tienen
más posibilidades de estar desempleados a largo plazo[16].
Por otro lado, el desempleo (y el empleo informal)
trae como consecuencia el no acceso a la seguridad social y la exclusión social.
La seguridad social está establecida como un derecho universal y es también un
medio fundamental de reducir la pobreza y la exclusión social, y de promover la
cohesión social. Diferentes tipos de instrumentos, a menudo en combinación,
están siendo adoptados en numerosos países para ampliar el alcance de la
protección social a la economía informal. Estos instrumentos han sido adaptados
a grupos específicos y/o forman parte de esquemas universalistas. Entre las
estrategias exitosas se encuentran: la creación de un seguro de salud nacional
o la promoción de sistemas de micro-seguros y financieros no-contributivos[17].
Ante esta situación, existe un abanico de opciones y
de buenas prácticas, que pueden contribuir a la mejora del actual estatus quo de alto desempleo juvenil:
- Hacer de la generación de empleo juvenil una prioridad en la agenda del diálogo social entre los actores fundamentales de la economía.
- Dar eficiencia y cobertura al empleo formal y a los servicios digitalizados de empleo.
- Re-conceptualizar el desarrollo no desde una perspectiva economicista, sino también humanista donde se vea a la persona no como objeto de intervención, sino como sujeto de su propio desarrollo.
- Construir políticas públicas de empleo con criterios de descentralización, pertinencia territorial, intersectorialidad y comprensivas con la realidad de los diferentes entornos.
- Redimensionar y articular mejor educación y mercado laboral, estimular la innovación, facilitar la certificación de competencias. Eliminar la brecha educativo-laboral.
- Incrementar los sistemas de pasantías para consolidar la formación profesional de los jóvenes en las empresas y el sector público y facilitar la transición educación-trabajo.
- Dar acceso a los jóvenes a un sistema de becas-salario para que puedan continuar su formación y recalificación laboral.
- Re-conceptualizar el emprendimiento juvenil y apoyar el espíritu emprendedor de los jóvenes para que pongan en práctica sus propias iniciativas a través de sistemas y fórmulas diversas (microcrédito, incubadoras de empresas, emprendimiento social, entre otros), como motor de un desarrollo incluyente.
- Facilitar que las mujeres jóvenes se mantengan en el mercado laboral, a través de guarderías para sus hijos y turnos de todo el día en las escuelas.
- Tomar acciones positivas tendientes a mitigar las desigualdades presentadas en el trabajo, especialmente las referentes a temas relacionados con etnias y género.
- En entornos rurales, desplegar una estrategia para garantizar la pertenencia a la tierra y su propiedad a través del desarrollo autogestionado.
- Ampliar la seguridad social laboral a la economía informal, como instrumento para avanzar hacia el trabajo decente.
- Como consecuencia de un trabajo decente, ofrecer oportunidades relacionadas con el acceso a una vivienda digna.
4. Los jóvenes, actores estratégicos
del cambio. La proactividad del conocimiento juvenil como herramienta para
fortalecer la democracia y empujar el desarrollo.
Como
expresa Saramago en su obra La Ceguera,
debemos aprender a mirar de otra forma el mundo, con atención sensible, con
ojos nuevos, para que veamos y se nos desvelen realidades que no nos gustan.
Mirar el mundo con ojos jóvenes para que nos ayuden a cambiar las realidades
ingratas.
Actualmente,
vivimos la paradoja de la mirada selectiva: percibimos lo que nos interesa
mientras queda eclipsada la visión de lo que nos puede molestar. Y, a veces, la
sociedad en su conjunto considera a los jóvenes como uno de los componentes de esa
molestia, generando, a menudo, una brecha insalvable. Como paliativo, la
sociedad suele tomar una actitud asistencialista tanto en el ámbito personal,
como en la acción pública, tergiversando el concepto de co-responsabilidad y cooperación
generacional.
La OIT, entre las acciones preparatorias de
la Conferencia Internacional del Trabajo de 2012 (Ginebra), realizó una
consulta a escala mundial con la finalidad de conocer las opiniones de los
jóvenes sobre “cómo enfrentar los problemas de desempleo e informalidad que
afectan a millones de personas como ellos en todo el mundo”[18].
¿Qué demandaron los jóvenes, además de acciones destinadas a fortalecer su
presencia en organismos de empleo y en las organizaciones sindicales y
empresariales? Ser sujetos activos del desarrollo democrático:
- · Generación de plataformas permanentes de encuentros con gobiernos, interlocutores sociales y económicos, y actores de la sociedad civil (consejos nacionales, mesas de diálogo, foros de debate…), para diseñar, generar, implementar y fortalecer políticas destinadas a la juventud (empleo, formación, capacitación, vivienda, salud...).
- · Mejora de las estrategias de acercamiento y de participación en la toma de decisiones.
- · Apoyo al empoderamiento por medio del ejercicio de roles de liderazgo e intervención en espacios públicos.
El profesor Néstor
García Canclini (Universidad Autónoma Metropolitana de México), señala las
formas “contrastantes e inéditas” con que la juventud latinoamericana, y sobre
todo mexicana, recrea el sentido de la autonomía, la flexibilidad y la
integración social. Respecto a la autonomía, afirma que, si en la “modernidad
clásica”, el tránsito hacia vidas autónomas parecía concitar el acceso al
empleo, la capitalización de la educación adquirida y el matrimonio (o la
formación de una nueva familia), hoy, en la “nueva modernidad”, se incorporan
otros referentes. Uno de ellos es la conectividad digital y la convergencia de
diversos medios en el “mundo digital”, a través de la cual devienen actores,
comunican a audiencias más amplias, sintetizan a la carta sus preferencias
sensoriales en general, y gestionan estrategias de vida.[19].
Y exigencia de nuevas formas de participación democrática, añado. Exigen que se
escuche sus, frecuentemente, silenciadas voces y se deje a un lado las
sobredimensionadas voces de otros actores.
En
los momentos que vivimos, en los cuales la política ha cedido el paso a la
economía y es ésta la que rige nuestros destinos, los políticos y la política carecen
de crédito entre los jóvenes. Quizá por ello, la Encuesta Nacional de Juventud
de México refleja, una y otra vez (desde el 2005), que la mitad de los jóvenes
no simpatiza con ningún partido y que, cuando se les pregunta para qué sirve la
democracia, apenas el 15/20% diga que “para resolver injusticias”.
Pese
a ello, el empoderamiento adquiere formas propias entre los jóvenes, que se
concretan en diferentes manifestaciones de cara a la participación democrática.
Manifestaciones que gozan de proyectos y propuestas propias, fijan objetivos,
metodologías y códigos, pero que buscan asesoramiento y acompañamiento cuando
los requieren. Manifestaciones que son auténticos compromisos, cuando son
consultados para establecer prioridades, definir objetivos y acciones, tomar
decisiones y ser corresponsables en los resultados. Por ello, hay que considerar las prioridades
inclusivas, dejar a un lado las voces de ciertos actores sobredimensionadas, y
dar prioridad a las de los jóvenes, tantas veces silenciadas; hay que
establecer el vínculo entre valores de visión amplia, que están por encima de
las barreras que dividen, y reconocer las múltiples identidades de los jóvenes.
Hoy,
los jóvenes procuran la participación en instancias que están habitualmente
lejos de lo político e institucional: foros sociales, iniciativas comunitarias,
movimientos locales, voluntariado, ecologismo, indigenismo. Por ello, las
instituciones y entidades públicas (Estado, gobiernos locales, organizaciones
civiles), tanto en políticas sectoriales como transversales, tienen que abrirse
a la participación, las demandas y las aspiraciones de los jóvenes. También la
colaboración intergeneracional para la toma de decisiones ha de operar
proactivamente:
- · Fortalecer los procesos de empoderamiento que confluyan en la articulación de las redes juveniles para incidir políticamente en los ámbitos social, cultural, ambiental.
- · Remozar los espacios de participación formal y no formal (social, institucional, comunitaria) con métodos de comunicación influyente y pertinente.
- · Dar prioridad a las acciones encaminadas al reconocimiento de los jóvenes como sujetos de derechos en la construcción, participación y toma de decisiones.
- · Crear un modelo de participación con perspectiva juvenil, con un enfoque diferencial para poder articular y fortalecer los diferentes procesos de participación juvenil.
Esta
es la única manera de avanzar en ciudadanía activa y en derechos de los
jóvenes. Como decíamos inicialmente, se trata de romper la visión paternalista
de la juventud y substituirla por la acción democrática.
A modo de conclusión
Seamos claros y concisos: el objetivo es que
todos los jóvenes logren una existencia autónoma –emancipada- y puedan involucrarse
en la vida social y política.
Para ello:
- · Educación como punto de apoyo firme inicial y como plataforma para la formación a lo largo de la vida.
- · Acompañamiento en la emancipación, mediante el establecimiento de servicios públicos de información, orientación y apoyo.
- · Experiencia laboral, en condiciones de trabajo decentes, que permita la adquisición de la autonomía económica.
- · Dotar al conjunto de las políticas públicas de una perspectiva generacional y no seguir insistiendo en la creación de espacios específicos para los jóvenes.
- · Como corolario, las políticas públicas de juventud deben ser el paso decisivo hacia el reconocimiento de los jóvenes como actores del cambio, con plenos derechos democráticos.
Quiero
terminar haciendo una referencia a los actos que a lo largo y ancho de América
latina se vienen desarrollando en estos días sobre juventud, trabajo, formación
y emancipación. Dos me parecen de especial interés, organizados ambos por la
RED€TIS (Red Educación, Trabajo e Inclusión Social en América Latina) y la
UNESCO:
La iniciativa “Políticas públicas, jóvenes y Agenda post 2015”, que se está celebrando entre el pasado día 13 de octubre hasta el próximo 6 de diciembre. Sitio: http://www.juventudconvoz.org/jovenesap2015/principal/
El debate virtual sobre “Los puentes entre la escuela y el trabajo: variaciones en clave latinoamericana”, a celebrar el próximo día 29 de octubre. Sitio web:http://goto-11.net/campaign/htmlversion?AdministratorID=50680&CampaignID=5&StatisticID=2&MemberID=33507&s=8de0ddc76f041c0248cc08f5c5a2adf8&isDemo=1
Asimismo,
les invito a visitar el sitio del IMJUVE dedicado específicamente a los jóvenes
y la Agenda post-2015.
Muchas
gracias.
[1] Casal,
J. et al. (2006). Aportaciones teóricas y
metodológicas a la sociología de la juventud desde la perspectiva de la
transición, Revista Papers, 79, 2006. http://papers.uab.cat/article/view/v79-casal-garcia-merino-quesada/pdf-es
[2] CALVO, Juan José (coord..), 2014, Jóvenes en Uruguay: demografía, educación,
mercado laboral y emancipación, Ediciones Trilce, Montevideo.
[3] CEPAL (2012). Informe regional de
población en América Latina y el Caribe 2011: invertir en juventud, UNPFA,
Santiago de Chile, http://www.cepal.org/publicaciones/xml/8/47318/Informejuventud2011.pdf.-
OCDE (2013), Panorama de la educación 2013.
Indicadores de la OCDE. http://www.oecd.org/edu/eag-2013-sum-es.pdf .- OIT (2010) Trabajo decente y juventud en América Latina. Lima, http://prejal.oit.org.pe/prejal/docs/TDJ_AL_2010FINAL.pdf
[4] DIÁLOGOS
DEL SITEAL. Conversación con Ernesto Rodríguez (2014), Políticas públicas de juventud: hacia el reconocimiento de los jóvenes
como actores estratégicos del desarrollo, SITEAL.
[5] BORUNDA,
J.E., Juventud lapidada: el caso de los ninis, Nóesis. Revista de
Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 22, núm. 44, 2013, pp. 120-143, Instituto
de Ciencias Sociales y Administración Ciudad Juárez, México.
[6] TEDESCO, Juan
Carlos (2012), Educación y justicia
social en América Latina, FCE, Argentina.
[7] “Aunque resulte paradójico, es la propia pobreza la que
fuerza a los jóvenes a iniciar sus trayectorias laborales ^…* a edades muy
tempranas […]. El precoz ingreso a la actividad laboral obedece bien a la
inexistencia de oportunidades de estudiar para progresar –como sucede en el
área rural–, o bien a que, aun cuando existen las oportunidades, estas se
encuentran fuera del alcance de los jóvenes en situación de pobreza. América
Latina […] se ha caracterizado por presentar una situación constante, donde la relación
entre los ingresos de la familia y la educación de sus miembros ha sido
directamente proporcional. Así, la mayor y mejor educación se concentra en los
sectores de mayores ingresos, mientras que la peor y más reducida se concentra,
de manera indeclinablemente marcada, en los sectores de menores ingresos. Esto
es bastante grave, puesto que la educación es, a su vez, la mayor vía de
ascenso social”. [OIT
(2013), Trabajo decente y juventud en
América latina 2013. Políticas para la acción, http://www.ilo.org/americas/publicaciones/WCMS_235577/lang--es/index.htm]
[8] OIT (2010), El empleo de los jóvenes ante la crisis,
Ginebra. http://www.ilo.org/public/english/region/eurpro/geneva/download/events/ministers2010/youth_employment_in_crisis_sp.pdf
[9] Tomado
de GARCÍA CANCLINI, Néstor (2008), Los
jóvenes no se ven como el futuro: ¿serán el presente?, en Pensamiento
Iberoamericano. Inclusión y ciudadanía: perspectivas de la juventud en Iberoamérica, número
3, 2ª época.
[12] MALO, M. A. – CUETO, B. (2012), Biografía laboral, ciclo económico y flujos brutos en el mercado de trabajo
español. El diferente impacto de la crisis en las generaciones, Revista Panorama
Social, número 15, páginas 43-60, FUNCAS (Fundación de las Cajas de Ahorro).
[14] Conferencia
de prensa previa al inicio de la 18ª Reunión Regional Americana de la OIT,
Lima.
[16] OIT (2013), íbidem.
[17] Ïbidem.
[18] OIT (2012), La crisis del empleo de los jóvenes.
¡Actuemos, ya!, Ginebra. http://www.ilo.org/ilc/ILCSessions/101stSession/reports/reports-submitted/WCMS_176940/lang--es/index.htm