En este segundo capítulo de análisis, quiero fijarme “en el otro que es primero en el protocolo” (el primero-primero fue Artur Mas – ver la anterior entrada en el blog-). Este otro es Mariano. Esa persona que siempre sabe estar en su sitio: basta con mirar su semblante alelado, aturdido, turulato. Su pose nos habla de un hombre preparado para cualquier estación: ni frío, ni calor.
Su porte pone de manifiesto las dotes personales de las que está dotado: el aire de desapego nos sitúa ante su alma de notario de largo recorrido (que ahora consolida su futuro fabricándose leyes ad hoc por si mañana lo necesita, el pobrecito); el movimiento vertical de su brazo derecho al discursear nos habla del que fuera jefe nacional y es símbolo del buengobierno (así, todo junto); el seseo titubeante al expresarse recuerda una carrera previa de fracasos hacia la presidencia. La seguridad que utiliza en la toma de ciertas decisiones, “cumpliré con mi deber”, nos transporta a su papel de fulminante liquidador de derechos sociales y laborales. Esa seguridad nos dice también que es un fuera de toda sospecha, “porque no se podrá demostrar nada”.
La única manera de romper el encanto de este hombre es analizar los efectos de su conducta como gobernante y buscar el significado más profundo de sus palabras y acciones. Entonces se descubre que todo su discurso y práctica política tienen la consistencia de una burbuja de jabón, aunque pueda fascinar a niños de todas las edades.