... frente a la política educativa de los partidos gobernantes, basada en la concepción de la educación como mercadería
Dado que resido en Cataluña y, por tanto, vivo sometido a dos realidades, titulo esta reflexión con un “gobernante” plural. Más allá de las palabras modernas que utilizan en sus peroratas la actual consellera de Enseñanza de Cataluña y el vigente ministro de Educación del gobierno español, su discurso es profundamente reaccionario y está endulzado con chorros de líquido clerical. Dejo a parte el tema del idioma – el valor de la inmersión lingüística catalana queda para mí fuera de toda duda - en el cual el ministro es miope, a la vez que manifiesta rasgos fascistas, y la consellera oportunista y falsa. En el fondo, pienso que están totalmente de acuerdo y que utilizan el idioma como arma arrojadiza a conveniencia de las partes, es decir, se echan una mano mutuamente. Cuando las cosas se ponen feas en Cataluña para los intereses del partido de la consellera, acuerdan un ataque, sin que la sangre llegue al río. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Quiero centrarme, pues, solo en la política educativa de ambos partidos, que considero una y misma.
Ambos mandamases siguen el principio jesuítico según el cual de la educación debe llegar al pueblo solo sus aspectos formales y extrínsecos. En el plano didáctico es conveniente exaltar el espíritu de emulación - la meritocracia -, frustrar la creatividad y cercenar la capacidad de raciocinio. El papel a desempeñar por la educación, según sus criterios, es aportar a los estudiantes de todos los niveles la capacidad de comprender los cambios económicos que se llevan a cabo en el entorno y aportarles instrumentos para adaptarse, someterse, a ellos. Bajo esta óptica, la empresa debe ser considerada el único espacio para la promoción, organización, producción y difusión de la conciencia. Por ello, toda la educación que trasmita la escuela debe estar en función de ella, del trabajo para ella, en beneficio de ella.
El sistema educativo, según su idea, deja de ser un espacio de crecimiento personal, en relación con los otros y el bien común, para convertirse en un gimnasio en el cual se debe adquirir práctica y potencia para llegar a ser mejor que los demás y más útil en el puesto de trabajo. Esta manera de concebir la educación y la escuela incorpora un alto componente de desprecio social: siguiendo la ideología neoliberal, se mira la escuela bajo la óptica de la concurrencia, se liquida el objetivo de promover la igualdad de oportunidades, que la escuela debe tener, se favorece la “guetización” y se acentúa su desclasamiento social. Todo ello, completado con la crítica acerba al profesorado de la educación pública – al que se le estigmatiza por su condición de funcionario, aunque cada vez quedan menos que lo sean, dado que se están encargando de liquidarlos – y con la transferencia de los recursos financieros de la escuela pública a la privada.
Es la escuela del capitalismo total, que forma en la pérdida del sentido crítico, que produce ciudadanos fácilmente sugestionables, que prepara trabajadores obedientes y sumisos. Paralelamente, se educa a las futuras élites sociales, económicas y políticas, en la escuela privada, que tiene una principal connotación: está esterilizada con el fin de proteger a un grupo restringido de privilegiados, generando un microcosmos clasista.
Todo esto no es casual. Forma parte de la idea difundida desde el poder – estatal y autonómico – de que “ahora estamos en el camino correcto”, cuando la escuela está quedando reducida a simple objeto de mercado – igual que está pasando con todos los servicios públicos y los derechos sociales, económicos y laborales -.
La escuela no es un componente más del mercado, por ello, frente a este menosprecio y menoscabo de la educación por parte de ambos partidos gobernantes, la escuela debe recuperar su especificidad: educar, instruir, formar individuos. Esta es su vocacional constitucional (por naturaleza propia). La escuela debe recuperar su función en el marco institucional del Estado porque persigue fines de interés general. La escuela debe cumplir sus objetivos de inclusión, laicidad y democratización.