Supongamos que, como todos los vaticinios dan por hecho, el partido popular gana las próximas elecciones. Pues bien, aviso preventivamente que dicho partido no solucionará ninguno de los problemas a los que nos enfrentamos actualmente, ni los que quedan por venir. Es más, aumentará nuestras angustias.
El partido popular hará el trabajo sucio a las órdenes del Banco Central europeo (es decir, de Ángela Merkel) y del Fondo Monetario Internacional. El partido popular no salvará la patria – esa con la que se llena la boca -; será el verdugo de la gente pobre, de la gente con hipoteca, de los pensionistas y de los parados; será el liquidador de derechos civiles e incluso de derechos humanos; será el facilitador (aún más) del despido libre y del trabajo al servicio de lo público... El partido popular propulsará hacia el infinito a los privilegiados sociales y económicos. La clase financiera, esa que ha provocado la vorágine en la que estamos metidos, será su principal sustento. Y recibirá todas las bendiciones de una iglesia católica que siempre aspira a transformar la democracia en una plutocracia confesional.
Aviso preventivamente que, ante el panorama que se avecina después de las elecciones, sólo hay una vía de salvación: que la izquierda (un amigo dice que me obstino en llamarla izquierda por padecer un permanente lapsus freudiano) se articule y presente una alternativa única: un plan de acción basado en la defensa de la ética y de lo público; un plan de acción en el que impere el trabajo como principal valor económico y social. [Evidentemente, mejor después de haberse purgado por los errores cometidos].