La lógica de las competencias ha invadido todo el sistema de la educación-formación de tal modo que hoy cualquier propuesta de actuación o reforma del sistema se realiza en función de las competencias. Es lo que sucede en diferentes países donde los programas educativos toman como fundamento las “competencias básicas” (España), el “zócalo común de competencia” (Francia) o el “referencial de competencias” (EEUU). El interés por las competencias es, sin embargo, antiguo pues ya en los años 60 y 70 del siglo XX las puso de moda la psicología organizativa estadounidense.
Frente a esta tendencia aparece una cierta propensión, entre buena parte de los teóricos y los profesionales de la educación, a considerar negativo su uso como principal referente de medida de los logros educativos. Incluso se valora el hecho como una impostación que sólo tiene como finalidad expresar de manera diferente algo que siempre se ha conocido como la capacidad de aprender, expresar la propia opinión y defenderla con argumentos racionales, comunicarse con personas que piensan de manera diferente, resolver problemas... E incluso, muchos se preguntan, y no encuentran la respuesta, qué son exactamente las competencias.
No obstante, parece realmente necesario que, además de esos saberes “tradicionales”, los jóvenes estudiantes adquieran hoy una serie de capacidades y saberes indispensables propios de la sociedad que nos ha tocado vivir: valorar y analizar la información, pensar de manera creativa, resolver problemas en una situación inédita, producir ideas propias, seleccionar entre una masa de información… A todos ellos y otros muchos se conviene en denominar “competencias”. Ahora bien, se trata tan sólo de competencias cognitivas fáciles, hasta cierto punto, de normalizar y cuantificar. Debe buscarse también la manera de estandarizar y evaluar las habilidades y el crecimiento personal no cognitivo (la autonomía, la capacidad de participación e integración, el trabajo en equipo, la cooperación…).
¿Qué está sucediendo en realidad? Las evaluaciones externas de todo tipo (ya sean nacionales o internacionales), utilizan a gran escala las competencias como único referente. Por otro lado, estas evaluaciones se basan, generalmente, en valorar los resultados del proceso educativo, suministrando a los estudiantes unos cuestionarios, de fácil corrección, basados en la elección de una respuesta entre varias posibles o en la interpretación de textos a partir de frases o expresiones que pueden encontrase en su contenido. Las pruebas PISA han aumentado algo en complejidad diseñando cuestionarios más elaborados, con escala de dificultad creciente, pero sin llegar a plantear preguntas abiertas. Otro tipo de pruebas se han ensayado en algunos países, pero han sido dejadas de lado por su dificultad de valoración, como las que evalúan las competencias necesarias para la adaptación del individuo en países extranjeros, haciendo una distinción entre competencias dinámicas y estables (las denominadas cross-cultural competencies).
Esta realidad de las técnicas empleadas para evaluar las competencias plantea ciertamente un problema principal: la introducción de estos aprendizajes en los programas educativos y formativos, considerando la idoneidad y las aptitudes de un profesorado que, mayoritariamente, no ha crecido en una cultura que los propicia. A ello hay que añadir una complicación más: el sistema de evaluación de dichas competencias. Ambos hechos pueden llevar a los estudiantes a encontrarse cautivos de un sistema de evaluación para el cual no están suficientemente adiestrados (preparados, educados, formados).
Para que la evaluación de las competencias tenga los resultados que se le piden es imprescindible la personalización de la educación-formación. Se trata de favorecer en el estudiante la construcción de una red de instrumentos, métodos, sistemas de correlación, destrezas generales, capaces todos ellos de ayudarle a elaborar un régimen dinámico de conocimientos y habilidades acompañados de la capacidad de utilizarlos en diferentes contextos similares o análogos. Se trata, en fin, de permitir que el estudiante demuestre lo que puede hacer con lo que sabe, utilizando lo que está aprendiendo en su vida, dentro y fuera de la escuela.