La selección de clase vendrá dada por las continuas reválidas, filtros selectivos que liquidarán toda imperfección y facilitarán el logro de la ansiada excelencia. Los que no superen los obstáculos irán directos a la faena de aliño que dejará fuera del sistema -y a la larga fuera de la sociedad- a los menos pudientes (intelectual y económicamente). ¿Recuperarlos, ofrecerles oportunidades, para qué? No estamos para gastos inútiles.
Esperemos aún otros pasos más: los decretos, reglamentos, resoluciones y el resto de caterva legislativa que desplegarán la ley con la finalidad de constreñir toda posibilidad de ascenso formativo y social a las jóvenes víctimas de pecados de infancia y adolescencia.
Incluso, me atrevo a augurar otras buenas nuevas en la educación: la formación profesional de base no permitirá ir más allá de los ciclos formativos de grado medio. ¿Pasarelas, para qué? Y una ulterior reforma de la formación profesional: no permitirá el acceso a ninguna facultad universitaria. Tiempo al tiempo.
El neoliberalismo, que es no solo una opción económica, sino una visión ideológica del mundo, transforma la formación en una mercadería más, al estudiante en mero consumidor. El neoliberalismo diseña una educación con dos vías paralelas que no se encuentran en ningún momento: una para informar a la clase obrera, la otra para formar a la clase destinada a controlar el poder, todos los poderes.
De aquí, viene la LOMCE y los recortes presupuestarios a la escuela pública, a la vez que aumentan los destinados a la privada. De aquí, la ampliación de filtros en la enseñanza primaria y secundaria, dictados no por principios formativos, sino exclusivamente selectivos en términos de clase.
Se trata de un ataque al saber en toda regla, la vuelta a la enseñanza elitista, la eliminación del sueño de entender la educación como instrumento para el ascenso social. Este es el verdadero sentido de la LOMCE: cercenar las aspiraciones de movilidad social y maltratar el amor al saber de los menos favorecidos.