domingo, 24 de mayo de 2015

¿Qué se hizo del trabajador 2.0 prometido?



El suplemento dominical “Negocios” del diario El Pais publica hoy (24 de mayo de 2015) un artículo titulado Cuando Internet marca el ritmo del futuro laboral según el cual “el big data, la seguridad cibernética y el marketing digital están de moda”. Al parecer, en Europa, este año quedarán sin cobertura casi 900.000 puestos de trabajo en el sector de las TIC, afirma la autora del artículo.

El pasado día 4 de abril, el diario italiano la Repubblica http://ricerca.repubblica.it/repubblica/archivio/repubblica/2015/04/04/stop-della-maggioranza-ai-contratti-rumeni-decreti-tolleranza-zero28.html se hacía eco de una noticia, que, como mínimo, me atrevo a catalogar de sorprendente: una agencia de trabajo rumana ofrecía a las empresas italianas la posibilidad de emplear a trabajadores italianos con contrato de trabajo rumano. Ello podía suponer un ahorro del 40% en sus costes laborales. Suerte para los trabajadores italianos que su ministro de trabajo recordó a los rumanos que Italia es una “república democrática, fundada en el trabajo” (artículo 1 de la Constitución italiana), aunque, en todo momento, evitó tachar de obscena la propuesta.

Ambos artículos me han llevado a pensar en el dominio que el capital y la empresa tienen hoy sobre el hombre y su vida, y han hecho que vuelva la vista atrás sobre el mito del trabajador 2.0: menos horas de trabajo, más tiempo de ocio, mejores salarios, mayor y mejor distribución y reparto del trabajo… Parecía que iba a llegar la apreciación del valor del trabajo, vaya. Sin embargo, nos encontramos en una época en la que triunfan la mercantilización y devaluación del trabajo. Estamos en el más puro nihilismo laboral. Se trata de un proceso degenerativo que viene de lejos, que se inició con la revolución industrial, siguió con el fordismo y ahora nos llega con el “mundo en red”. Ello gracias al mantra de las “reformas estructurales”, que, en realidad, desestructuran la vida de las personas y de la sociedad entera, al convertir el “hombre nuevo” capitalista en un objeto del mercado, lejos del tan cacareado hombre nuevo sujeto de derechos.

El trabajo continúa hoy lejos de todo post-taylorismo (en todo caso, está en el taylorismo digital), muy lejos de toda “modernidad líquida”, de toda “economía del conocimiento” (excepto casos muy concretos, los big data y otros mundos digitales, limitados en volumen y espacios geográficos). Estamos en pleno apogeo de la banalización y estandarización del conocimiento, eso y no otra cosa significan la super-flexibilización y precarización del trabajo. Es más, con lemas como “hazte emprendedor de ti mismo”, “pon en valor tu capital humano”, “sé flexible”, que quieren decir “si no tienes trabajo es culpa tuya”…, se está destrozando la vida de muchas personas. En este marco, no podemos olvidar la banalización extrema del trabajo que recorre los países de la Unión Europea en relación con el voluntariado al que quieren convertir en mera servidumbre al servicio de la empresa (el gobierno de Cataluña, siempre secuaz ferviente del capital, se ha puesto manos a la obra con verdadero afán, elaborando una proposición de ley sobre voluntariado). Y no podemos separar este panorama laboral de la cada vez mayor reducción de los derechos civiles y políticos de las personas, de la progresiva limitación de la democracia (existente de iure, pero constreñida de facto), porque unos y otra son un peso para el mercado.

Así, el prometido proletariado 2.0 ha devenido en un proletariado obediente, sumiso, flexible, sin ideas raras en la cabeza (democracia y derechos civiles), débil laboralmente, empobrecido física e intelectualmente, aislado (con múltiples instrumentos de comunicación social en sus manos), egoista (en un "sálvese quien pueda" reivindicativo), al cual se le asigna una sola finalidad en su vida: adaptarse al mercado. Y a su tiranía, añado.