miércoles, 22 de octubre de 2014

Formación y trabajo. Creando las condiciones para la emancipación




VII JORNADAS INTERNACIONALES CIUDADES CREATIVAS KREANTA.
MONTERREY CREATIVA 2014 (25 de octubre)


Formación y trabajo. Creando las condiciones para la emancipación
Emilio Palacios, Fundación Kreanta


Resumen

La juventud debe ser considerada como un proceso lineal largo, complejo y poco estándar, debido a las mutaciones sociales, culturales y estructurales a las que está sometida. Debe superarse, pues, la tendencia a ver la juventud solo como una etapa de transición –una categoría in itinere, entre la infancia, la formación, el trabajo y la vida adulta- en el proceso de socialización del individuo y observarla/tratarla como una etapa de la vida en sí misma. Una etapa de ensayos, experiencias, aprendizajes, de éxitos y frustraciones.

La emancipación de los jóvenes es una lucha de altos vuelos que debe ganarse con los hechos y en los espíritus. Ser joven no debe querer decir estar bajo la protección familiar; ser joven no debe ser igual a estar vagante (NEET, not in education, employment or training); ser joven no debe ser igual a persona financieramente dependiente; ser joven no debe querer decir ser juguete de los mercados laborales, sinónimo de precariedad e inseguridad laboral. Ser joven es ser autónomo para poder decidir sobre el propio futuro.

Cuatro propuestas complementarias e indisociables para que los jóvenes sean actores del cambio:
1.     Educar-formar para asentarse de manera estable en la vida laboral: derecho a la educación-formación a lo largo de la vida.
2.     Ayudar a la emancipación mediante la puesta en marcha de servicios públicos locales de información, orientación y acompañamiento.
3.     Favorecer la emancipación por medio del trabajo. La actividad es un factor de dignidad, que permite una vida decente.
4.     Los jóvenes, actores estratégicos del cambio. La proactividad del conocimiento juvenil como herramienta para fortalecer la democracia y empujar el desarrollo.

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Como persona de edad avanzada, agradezco a la organización de Monterrey Creativa 2014 su invitación a hablar sobre y para la juventud. Aunque ya no me encuentro profesionalmente en activo (por tanto, estoy fuera del concepto “persona de edad avanzada”, que la OIT utiliza para las personas de 55 a 64 años que están en el mercado de trabajo), sigo en contacto con los jóvenes, tanto en mis estudios y reflexiones, como en las actividades de carácter voluntario que desarrollo con la Fundación Kreanta y la Fundación Utopia de Estudios Sociales del Baix Llobregat (Barcelona), y en mis clases del máster Trabajo, relaciones laborales y recursos humanos, de la Universidad de Girona en Cataluña (España). Estas actividades me permiten seguir aprendiendo de los jóvenes.
Hoy, se multiplican las encuestas de opinión, los sondeos, las declaraciones, los in­formes, los foros – como el nuestro – en los que se habla sobre la juventud. Sin em­bargo, no existe una acción internacional, tipo Declaración de los Derechos del Niño o Declaración sobre la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, auspiciadas por la ONU. ¿Sería necesaria una acción de este tipo? Vista la efectividad de ambas, posiblemente no. Tampoco tiene, al parecer, un resultado positivo la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes (2005), aún no ratificada por México. Opino, sin embargo, que el tema ha de ser objetivo prioritario en las perspectivas de toda contienda electoral, nacional y local, mediante la proposición y puesta en marcha de políticas de emancipación.

En el ensayo de Virginia Woolf, Una habitación propia (ustedes dicen “un cuarto propio”), aparecen algunos aspectos de lo que voy a exponerles hoy. En octubre de 1928, la Sociedad Literaria del distrito londinense de Newham había invitado a Virginia Woolf a realizar una conferencia sobre la mujer y la literatura. Terminó escribiendo un ensayo sobre las condiciones necesarias para que una mujer se pueda dedicar a escribir. Según su teoría, tres son las condiciones necesarias: autonomía, es decir, independencia económica, un espacio propio e instrucción. Algo similar podemos decir, casi un siglo después, que necesita la juventud para emanciparse. De hecho, los caminos más claros de emancipación para los jóvenes son la acumulación de saberes y experiencias a través de la educación, la obtención de unos ingresos distintos a los familiares por medio del trabajo o de los negocios, y conseguir vivir separados de los padres, en resumen, la emancipación.

Actualmente, en España, nos encontramos en una situación socioeconómica dramática: la tasa de paro general es del 24.5% y la de los jóvenes del 53.8%. Este es el resultado de la crisis desencadenada por el capitalismo neoliberal desbocado en el que vivimos, en un contexto de absoluta desregulación económica, que ha actuado (y actúa) con falsas expectativas (“el crecimiento no tiene límites”) y mediante instituciones altamente ineficaces, tanto en España como en el conjunto de Europa (los gobiernos nacionales, autonómicos y locales, la Unión Europea, la banca, las empresas). Las consecuencias de esta crisis económica en el proceso de emancipación de los jóvenes son cada vez más funestas. Sus transiciones biográficas (formativas, laborales y residenciales) se interrumpen o se demoran, con una dependencia directa de los padres. Las dificultades que estos jóvenes están viviendo no revierten únicamente en el debilitamiento de su emancipación personal, sino también han alterado el relevo generacional y han quebrado la sostenibilidad de nuestro equilibrio social (ya no digamos del Estado de Bienestar).

Esta exposición tiene un doble objetivo: por un lado, señalar algunos aspectos importantes de un fenómeno complejo y multifacético, como es la transición a la vida adulta; por otro lado, aportar indicaciones y sugerencias para el diseño e implementación de políticas que apoyen a los jóvenes a lo largo de la inestabilidad propia de la edad y en su proyección más allá de ésta.
  
a.     Realidades juveniles diferentes

La juventud es «un proceso social de autonomía y emancipación familiar plena, que concluye con el acceso a un domicilio propio e independiente»[1]. “Dicho proceso, que supone la articulación compleja de eventos de formación, inserción profesional y emancipación familiar -que ocurre en un marco sociopolítico determinado que configura un sistema de transición específico-, adquiere características variables en las sociedades contemporáneas. Por un lado, ocurre un fenómeno de transitoriedad de los eventos que marcan la transición a la adultez. Así, jóvenes que abandonan su hogar de origen luego retornan al hogar de sus padres. Por otro lado, los modelos pierden capacidad de referencia y varían los ritmos y duraciones de transición así como las secuencias que comportan. De esta manera, el evento de emancipación familiar plena, que tradicionalmente marcó el fin del proceso de transición a la adultez, se coloca hoy también como un evento intermedio en la vida de muchos jóvenes”[2].

La juventud, pues, se desenvuelve en diversas realidades dentro de las cuales se ubica y ante las cuales  responde. ¿Cuál es la base de esa diversidad?

En primer lugar, la estructura social, en la que se insertan los jóvenes, no es homogénea, al existir desigualdades derivadas del nivel y la fuente de ingresos, por grupos de edad, por sexos, por hábitat, por etnia. A su vez, en cada entorno social actúan diversos actores (agentes institucionales y sociales) con distintas percepciones, objetivos y estrategias, que intervienen en distintos escenarios (el doméstico, el comunitario, el educativo, el cultural, el político, el económico), con diferente capacidad e intensidad de influencia.

En segundo lugar, la juventud es heterogénea a causa de esa estructura social y, además, porque se trata de un concepto histórica y culturalmente cambiante. La propia denominación de juventud ha cambiado a lo largo de la historia (efebos, púberes, jóvenes) y también ha cambiado el contenido de la denominación. En mi juventud éramos jóvenes hasta los 21 años, más o menos; hoy, en el ámbito laboral (y estadísticamente) se considera que una persona es joven hasta los 30 años.

En tercer lugar, existen distintos aspectos del entorno juvenil que constituyen realidades en sí mismos y que se diferencian de las demás, aunque están interrelacionadas (salud, educación, cultura, deporte, vivienda, empleo, asociacionismo).

Finalmente, si hablamos de la juventud mexicana –y de cualquier otra-, las realidades de cada Estado e intraestatales son también diversas, produciendo en cada una de ellas recursos, ámbitos y resultados dispares.
b.    Con respuestas institucionales diversas

Ante estas realidades, la cuestión juvenil se contempla, institucionalmente, con una mirada doble: a) como campo de cultivo (modelo democrático); y b) como problema (modelo paternalista). Por un lado, el modelo democrático se basa en la concepción de la juventud como un colectivo social, cultural y políticamente inexperto que requiere un proceso educativo que le capacite para su lucha por la igualdad de oportunidades y su emancipación. Se considera al joven como sujeto participativo. Por otro lado, existe una visión de la juventud como un colectivo de seres débiles, en situación de riesgo, que exige acciones de control e integración social y que considera al joven como sujeto a proteger. Es el modelo paternalista.

En el modelo “campo de cultivo” los jóvenes son vistos como necesitados de información y formación para convertirse en ciudadanos responsables y de pleno derecho. El modelo “problema”, en cambio, ve en los jóvenes un colectivo frágil, indefenso, dependiente... De ahí, la consideración de edad difícil, ya en su generalidad, ya en su especificidad (delincuentes, drogadictos, discriminados en función del sexo, de la raza, de la clase social).

La respuesta institucional del modelo paternalista debería tomar en consideración, en sus intervenciones, que se ha producido un alargamiento de la juventud por diversas razones: 1) ha aumentado la esperanza de vida y, como consecuencia, se prolonga la edad juvenil; 2) la escolaridad se ha alargado, más allá de la edad obligatoria, retrasando así la entrada al mercado laboral; 3) el mercado laboral actual está definido por la precariedad contractual, por ello, la insuficiente o eventual ocupación de los jóvenes hace más largo el tránsito hacia la emancipación; 4) el dificultoso acceso a la vivienda es otro motivo de retraso de la juventud y de su emancipación.

El modelo democrático ha de ser consciente de que la juventud es hoy más libre (tiene mucho que elegir y por elegir), pero tiene menos opciones, ya que sus decisiones están bastante más mediatizadas por la abundancia de recursos que dispone (informativos, formativos, culturales), pero, a la vez, es más vulnerable a la hora de acceder a ellos (dependencia económica debida a la precariedad laboral, los riesgos de la migración, la inseguridad o la violencia y la represión dirigidas especialmente a los jóvenes, y más si se trata de mujeres)

Cabe, pues, que las instituciones cubran tres tareas básicas: 1) seguir muy de cerca, de manera continua y detallada, la situación social de los jóvenes y de sus hogares familiares, de origen y de destino; 2) formular discursos coherentes y actualizados sobre sus problemáticas; y 3) plantear de forma concertada las soluciones que se puedan encontrar e implementar. La presencia de las instituciones es imprescindible para no hacerse sentir solos a los jóvenes y con el fin de secundar sus reivindicaciones de emancipación y autorrealización. Las instituciones tienen ante sí una serie de retos de gran calado, en relación con la juventud: relacionados con la educación y el empleo, en cuestiones como el acceso, calidad, diversidad cultural, o la relación entre educación, inserción laboral y emprendimiento económico y el desarrollo sostenible; relacionados, también, con la importancia de regular procesos de urbanización o el acceso a la vivienda digna y sostenible. 

1.     Educar-formar para asentarse de manera estable en la vida laboral: derecho a la educación-formación a lo largo de la vida.

La educación representa la herramienta básica para obtener la promoción personal y social del joven a través del fomento de sus capacidades intelectuales y personales y el sucesivo alcance de un trabajo cualificado. La transición del sistema educativo reglado al mercado de trabajo no es un momento puntual que se resuelve como un rito de paso, sino más bien se interpreta como un proceso que puede variar en función de las biografías individuales en la intersección entre los itinerarios formativos y las demandas del sistema productivo. Educación y trabajo, pues, son dimensiones que deben ser estudiadas en conjunto, dado que sus interrelaciones son profundas. Ahora bien, estas relaciones no son necesariamente de causa y efecto, se trata de dos procesos diferentes, con sus propias racionalidades, con distintas instituciones y estrategias y, sobre todo, con tiempos diferentes.

La formación (entiendan siempre que hablo del binomio educación-formación), el trabajo y la emancipación son tres caras de la misma moneda. Hay que apostar decididamente por la educación y dar voz a los jóvenes en la elaboración de esta política, dejando de lado el modelo paternalista. Los jóvenes no quieren ser sujetos pasivos de su formación; necesitan y demandan una formación crítica, una formación no sólo para el trabajo sino también para la vida. Apostar por la formación es uno de los ejes fundamentales de cualquier condición previa para la emancipación, porque las personas formadas están en condiciones de adaptarse mejor a los cambios económicos y sociales.

La juventud es tiempo de aprendizaje; de prender, agarrar, la vida y el mundo; de asumir hábitos; de aprender a aprender; de adquirir competencias y saberes; de de-sarrollar habilidades; de captar la realidad y de intentar cambiarla. Cambio, esta es la clave. Juan Montalvo (escritor ecuatoriano de mediados del siglo XIX, considerado como uno de los mejores ensayistas americanos de su época), en sus Lecciones a la juventud, decía que “es desgraciado el pueblo en el que la juventud no es rebelde con el tirano”. Max Weber (sociólogo alemán, coetáneo de Montalvo, hombre nada sospe­choso de revolucionario) decía también que los estudiantes norteamericanos eran más “espabilados” que los alemanes porque mientras los primeros desconfiaban de sus maestros, los germanos se sometían a una disciplina que era su jaula de hierro.

Son muchos, cada vez más, los estudios realizados, tanto en el ámbito académico como en el institucional, dedicados al diseño de políticas públicas sobre adolescencia y juventud, los que alertan sobre el hecho de que entre el 15 y el 20% de los adolescentes y jóvenes latinoamericanos no estudia, no trabaja, ni busca trabajo remunerado (OCDE, 2013; CEPAL, 2012; OIT, (2010)[3].

Estos jóvenes son los jóvenes “nini”. Como saben ustedes, esta palabra tiene diferentes acepciones y debemos ser precisos para evitar un uso equivocado. Un nini desea estudiar y desea trabajar, pero no encuentra las condiciones para desarrollar dichas actividades. Por otro lado, muchos jóvenes considerados ninis trabajan, aunque lo hacen en la economía no formal. “En las investigaciones realizadas por la OIT, queda muy claro, por ejemplo, que las mujeres jóvenes, que son la amplia mayoría de los ninis, tienen un enorme trabajo en sus casas en materia de tareas del hogar, cuidado de hermanos, atención de ancianos. Es un trabajo muy importante que nuestras estadísticas y nuestras políticas públicas deberían reconocer”[4].

Por tanto, lejos del tono despectivo que a veces se usa, los ninis son los jóvenes que no han accedido al mercado laboral y por alguna cuestión no han podido seguir con sus estudios. Muchas veces, “a los “ninis” se les ha hecho pasar de una situación de vulnerabilidad social a una categoría de ‘malhechores’. En conclusión, de ser víctimas han pasado a ser un lastre social, al menos en los discursos oficiales, sin que tenga en lo inmediato una respuesta a sus inquietudes como seres humanos. Ante esta situación, ser “nini” representa ser tratado como malhechor, delincuente, estorbo social sin medir las consecuencias de que en un futuro ese actor de la sociedad formará parte de los problemas y/o soluciones de la misma comunidad”[5].

El informe Panorama de la Educación 2013, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con datos de 2011, estima que el 49% de los jóvenes mexicanos concluirán eventualmente la educación media superior; también afirma que las generaciones más jóvenes alcanzan un nivel educativo más alto que sus predecesoras. Asimismo, la Encuesta Nacional de Juventud 2010 (ENJ2010), elaborada por el IMJUVE (Instituto Mexicano de Juventud) observa que a menor edad, mayor es el porcentaje de jóvenes que se encuentra estudiando. En el grupo más joven, de 12 a 15 años de edad, cerca de nueve de cada 10 jóvenes continuaba estudiando, el 2010; en los grupos de 16 a 18 y de 19 a 24 años, los porcentajes se reducen al 65.5 y 34.1%, respectivamente. Sin embargo, el citado informe de la OCDE señala que el 66.1% de los jóvenes entre 15 y 29 años no participan en ningún tipo de formación del sistema educativo, y la ENJ2010 indica que el 18.7% de los jóvenes dejaron de estudiar antes de cumplir los 15 años.

En el desafío que representa el diseño adecuado de políticas públicas de juventud, la educación, entendida como formación ciudadana, constituye una herramienta central. Al respecto, es necesario destacar que la educación, particularmente la formal, es concebida como una de las dimensiones sobre las que existen desigualdades o injusticias que es preciso resolver, en especial en lo que respecta a su distribución. Se le otorga, en cambio, poca relevancia a su papel en el proceso de creación de las condiciones necesarias para la construcción de la justicia social[6].

En este sentido, con independencia de la aplicación de medidas específicas, en el presente marco de cambio y de crisis, es urgente motivar a los jóvenes para que no abandonen prematuramente los ciclos escolares e incentivar la oferta de formación técnica profesional para que puedan construirse un perfil laboral. Aunque se caracterice por una pluralidad de factores sociales, el abandono escolar es la culminación de una trayectoria de resistencia a la participación en el sistema formativo y constituye el resultado de un proceso de desvinculación progresiva de la escuela que tiene su origen mucho tiempo antes de que el problema se manifieste.

La inserción laboral temprana sin un nivel formativo adecuado, especialmente entre las familias de menores ingresos, es uno de los mecanismos de perpetuación de la pobreza, ya que el joven estará abocado a trabajar a cambio de una escasa remuneración. Esto comportará una situación desventajosa. Es por ello que la lucha contra el abandono educativo temprano precisa de una visión política de largo alcance, por parte de todos los actores institucionales y sociales – públicos y privados – para ayudar a aquellos jóvenes con mayores dificultades, fomentar un sistema escolar accesible y flexible, que se ajuste a los intereses y aptitudes de esos jóvenes y que ofrezca itinerarios y servicios que neutralicen los efectos de la desigualdad social entre ellos[7].

Ahora bien, el abandono prematuro de los estudios no debemos considerarlo únicamente como una anomalía personal, sino como una insuficiencia imputable también a la escuela (en sus diferentes niveles), a las familias, a las instituciones, a la sociedad, que se muestran incapaces de contribuir al logro de la emancipación del joven.

Después de iniciarse la actual crisis económica mundial, algunos países han puesto en marcha actuaciones destinadas a “asentar” a los jóvenes en el sistema educativo y evitar así el abandono prematuro. A modo de ejemplo, Australia introdujo una política de asistencia social basada en la adquisición previa de calificaciones, por la que se exige a los jóvenes de entre 15 y 20 años de edad la continuidad en los estudios como condición previa para poder beneficiarse de prestaciones sociales; Brasil amplió, recientemente, su programa Bolsa Familia, que incluye un mejor acceso a la educación y el requisito de la asistencia escolar como condición previa para que las familias puedan recibir prestaciones; Dinamarca exige a todos los jóvenes de entre 15 y 17 años de edad que preparen un plan de estudios con ayuda de sus padres, de la escuela y de los centros de orientación, que incluye cuestiones relacionadas con los estudios futuros, la formación, el empleo, las pasantías, las estancias en el extranjero y el trabajo de carácter voluntario, si los estudiantes no siguen el plan de estudios, los padres corren el riesgo de perder las prestaciones que reciben por sus hijos[8].

Es difícil evaluar en qué medida son eficaces estos programas –que incluyen un cierto componente represivo- a la hora de reducir las tasas de abandono escolar y de alentar a los jóvenes a ampliar sus estudios o permanecer en la escuela. En cualquier caso, es importante tener presente que, aunque estas iniciativas tengan éxito, sólo apla­zarán la incorporación al mercado de trabajo. Por lo tanto, las medidas de este tipo deben desempeñar una función adicional al apoyar el empleo global de los jóvenes, abordando en particular la inactividad de los jóvenes y mejorando la calidad del em­pleo. Sin estas medidas adicionales, las personas jóvenes que en el futuro se incorpo­ren al mercado de trabajo correrán el riesgo de pasar rápidamente a formar parte del número creciente de jóvenes subempleados y desalentados.

¿Qué formación, pues? Los jóvenes de hoy poseen un capital cognitivo que “no circula y no se reconoce, mientras prevalece en los sistemas educativos un capital cultural desactualizado que se reproduce ritualmente y bloquea las formas emergentes en las que los jóvenes construyen sus saberes”[9]. Por ello, es necesario construir políticas públicas educativas con criterios de descentralización, pertinencia territorial, intersectorialidad y comprensivas con la realidad de los diferentes entornos. Una formación que potencie nuevas capacidades, conocimientos y habilidades para que los jóvenes se integren plenamente en la sociedad actual y hagan frente con éxito a los retos que les plantea un mercado de trabajo continua­mente cambiante, con especial atención para aquellos jóvenes que tienen más necesidades formativas y ocupacionales. En esta línea, es preciso dotar al sistema de formación de instrumentos que favorezcan la creación de vínculos entre los empleadores y los centros de enseñanza. Un sistema educativo vivo, en el que converja la adquisición de sabiduría con la acumulación de experiencias prácticas (saber y saber hacer), la formación para la profesión con la formación personal (saber ser y saber estar), la toma de apuntes con la toma de decisiones, las reivindicaciones con la asunción de responsabilidades. Una educación que inculque la importancia de la disciplina, del esfuerzo, del trabajo en equipo, de la capacidad de emprender. Una educación culturalmente apropiada – minorías - que empodere y no solo enseñe.

Un sistema educativo diseñado con la participación de los jóvenes que permita la creación de programas cercanos a las comunidades y realidades locales (sin olvidar las rurales). Un sistema que abarque la oferta formativa, la inserción laboral, la formación en emprendeduría y en generación de empresas. Un sistema comprensivo tanto del entorno inmediato como del más lejano, y generador de significado para los jóvenes. Un sistema que responda a los requisitos de la formación a lo largo de la vida. Por tanto, un sistema reformulado con nuevos componentes de contenido, de organización y de métodos. Finalmente, es preciso tener presente que la agenda Objetivos del Desarrollo del Milenio[10] fue demasiado minimalista: es necesaria la educación totalmente gratuita desde el grado cero a la superior, abierta a cualquier grupo de edad, que responda a las necesidades no sólo del mercado sino de la sociedad en general, por tanto más democrática y plural. La educación debe considerarse como generadora de estímulos para ser trabajada desde la primera infancia a la vejez (educación a lo largo de la vida),

2.     Ayudar a la emancipación mediante la puesta en marcha de servicios públicos locales de información, orientación y acompañamiento.

Desde hace años, antes incluso de producirse la actual crisis económica, en España hay una proporción considerable de jóvenes altamente cualificados con un trabajo no coherente con los estudios cursados y con la titulación conseguida. El informe Eurydice del 2007 ya evidenciaba que sólo el 44% de los universitarios españoles tenía un trabajo acorde con su nivel educativo, diez puntos menos que la media de la Unión Europea. Este dato refleja la frecuente falta de correspondencia entre oferta y demanda en el mercado de trabajo de mi país. Sin embargo, se está produciendo el fenómeno de la “fuga de cerebros”: jóvenes con alta formación universitaria o técnica media y superior que emigran y son muy bien recibidos en otros países.

 Si este es el panorama entre los jóvenes mejor preparados, menos positivo lo es aún entre los jóvenes con escasa cualificación. Ya he hecho anteriormente referencia a los niveles de desempleo general de los jóvenes españoles. Ambas situaciones son el reflejo de la falta de unos servicios públicos locales de empleo que informen y orienten al joven en su transición de la escuela al trabajo y le acompañen en su emancipación.


 La información y orientación son componentes necesarios de la formación a lo largo de la vida. Toda persona tiene derecho a ser orientado, asesorado y acompañado: orientación de servicio público para garantizar a todos el acceso a una información libre, completa y objetiva sobre las ocupaciones, capacitación, certificación, derechos laborales, niveles de remuneración, organizados en redes.

 
En cualquier país y entorno socio-económico, son necesario servicios de información, orientación y acompañamiento que tengan presentes tres principios[1]:

  • ·       El componente juvenil de la sociedad se ve y se trata como una “red”, no como una “estructura”; se percibe y se establecen relaciones como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número infinito de combinaciones y permutaciones.
  • ·       La responsabilidad de la elección recae en el propio joven, “elector libre y consecuente” con sus decisiones.
  • ·       La virtud más útil no es la “conformidad” a las normas sino la “flexibilidad”, la presteza para cambiar de tácticas, estilos y formas que ayuden a informar, orientar y acompañar según las disponibilidades y necesidades de cada momento.
      Hablo, pues, de un modelo de servicio de “agencia humana”: atribuciones, expectativas, metas, comportamientos. Con objetivos claramente definidos: transmitir información, enseñar técnicas y habilidades; guiar procesos; facilitar toma de decisiones; empoderar y motivar para generar proacción y orientación al logro; desarrollar valores personales y de factores psicosociales para la empleabilidad y el desarrollo personal.
 
3.     Favorecer la emancipación por medio del trabajo. La actividad es un factor de dignidad, que permite una vida decente.

Es un lugar común, que la probabilidad de conseguir un empleo aumenta de forma generalizada con el nivel educativo, sin embargo, la situación ocupacional no mejora automáticamente una vez finalizados los estudios y tampoco se produce siempre una correspondencia adecuada entre la cualificación formal y la colocación laboral.

La inserción en el mercado de trabajo así como los primeros éxitos ocupacionales influyen de manera determinante en el desarrollo de la carrera profesional de los jóvenes. Tales aspectos son centrales en sus proyectos de emancipación porque vertebran las pautas de independencia y de autonomía personal que fundamentan el proceso de transición a la vida adulta y su biografía futura sobre una base de seguridad, estabilidad, participación e integración social[12] .

En nuestro siglo XXI, las condiciones y las exigencias del mercado de trabajo están sometidas a un ritmo vertiginoso, en el cual la inestabilidad y la flexibilidad laboral imperan a sus anchas. Esto está provocando la desaparición de la noción de trabajo remunerado estable (considerada obsoleta, desde la óptica neoliberal) y la disminución de la centralidad del trabajo como espacio privilegiado de co­hesión (restricciones en el acceso, inestabilidad en el proceso y desvirtuación del papel de los actores colectivos). Estos hechos atacan directamente a uno de los pilares fundamentales imprescindibles para asegurar las necesidades sociales de las personas –y, en especial, de los jóvenes-, que no es otro que la simple re­muneración económica que posibilita no sólo la manutención del individuo sino su integración y, lo más importante, afianza su posición social –emancipación- dentro de un sistema

Asistimos, hoy, a una concepción dual de exclusión por motivos laborales, provocada por la situación de desempleo y, en muchos casos, motivada también por la precariedad del mismo. Este hecho mina el ideal de emancipación de los jóvenes. La situación de vulnerabilidad estructural en la que se encuentran y la relación existente con su exclusión social sitúa al joven en una línea divisoria peligrosa laboralmente. Tras años de formación o de espera, el joven se ve forzado a buscar un lugar u ocupación que le permita su integración social y emancipación. Pero la realidad a la que se enfrenta es bastante distinta de la esperada. Topa con un mundo en el que el alto nivel de desempleo, la baja remuneración salarial y el aumento de los contratos basura le hacen difícil poder desarrollar su carrera profesional y su emancipación.

La inserción laboral, como paso del sistema formativo reglado al mercado de trabajo, y la construcción de una carrera profesional estable, juntamente con la salida del hogar familiar para vivir por cuenta propia, son etapas centrales para todos los jóvenes en sus trayectorias convencionales y “normalizadas” hacia el estatus de personas adultas. Sin embargo, la economía informal y la precariedad laboral de los jóvenes (así como el difícil acceso a la vivienda) están influyendo de manera decisiva en el desenlace de estas transiciones y en sus posibilidades de éxito, porque son factores que dificultan la realización de los proyectos de emancipación de los jóvenes y alteran el relevo generacional en la sociedad.

Según datos de la OIT, en 2009, el empleo informal entre los jóvenes de 15 a 19 años en Chile, Colombia, Ecuador, México, Panamá y Perú superaba en más de 30 puntos porcentuales el de los adultos. En estos países, la tasa media de informalidad laboral en la población joven era del 82.4% en promedio, frente al 50.2% en los trabajadores adultos[13]. El pasado día 14 de este mismo mes, el Director General de la OIT, Guy Rider, afirmaba[14]: “El promedio de la tasa de informalidad en las Américas es de casi 47 por ciento. Ha bajado, pero sigue siendo elevada”. Y continuó: “[Por ello,] el desafío de la formalización del trabajo en la región tiene que ser una prioridad”. “A la vez, y esto no es una casualidad, con estas tasas de informalidad no es sorpresa que las Américas sea aún la región con más desigualdad del planeta”, finalizó.

Por otro lado, de acuerdo con una encuesta (2013) de la Consultora OCCMundial, de cada cien profesionistas mexicanos, 82 estarían dispuestos a emigrar a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de desarrollo. La muestra fue aplicada a más de cinco mil profesionistas que buscan trabajo, de los cuales la mayor parte tiene entre 20 y 29 años de edad[15].

En casi todos estos países, el aumento del desempleo ha sido mayor entre los jóvenes que entre los adultos. En total, los jóvenes representan más del 22% del incremento del número de desempleados registrado desde principios de 2007 a 2012. Como consecuencia de ello, actualmente el desempleo juvenil es casi tres veces mayor que el nivel promedio entre los adultos de 25 años o más. Los jóvenes sin una formación general o profesional son especialmente vulnerables ante el empleo. Se ven afectados de manera mucho más marcada por los períodos de desempleo y tienen más posibilidades de estar desempleados a largo plazo[16].

Por otro lado, el desempleo (y el empleo informal) trae como consecuencia el no acceso a la seguridad social y la exclusión social. La seguridad social está establecida como un derecho universal y es también un medio fundamental de reducir la pobreza y la exclusión social, y de promover la cohesión social. Diferentes tipos de instrumentos, a menudo en combinación, están siendo adoptados en numerosos países para ampliar el alcance de la protección social a la economía informal. Estos instrumentos han sido adaptados a grupos específicos y/o forman parte de esquemas universalistas. Entre las estrategias exitosas se encuentran: la creación de un seguro de salud nacional o la promoción de sistemas de micro-seguros y financieros no-contributivos[17].

Ante esta situación, existe un abanico de opciones y de buenas prácticas, que pueden contribuir a la mejora del actual estatus quo de alto desempleo juvenil:
  • Hacer de la generación de empleo juvenil una prioridad en la agenda del diálogo social entre los actores fundamentales de la economía.
  • Dar eficiencia y cobertura al empleo formal y a los servicios digitalizados de empleo. 
  • Re-conceptualizar el desarrollo no desde una perspectiva economicista, sino también humanista donde se vea a la persona no como objeto de intervención, sino como sujeto de su propio desarrollo.
  • Construir políticas públicas de empleo con criterios de descentralización, pertinencia territorial, intersectorialidad y comprensivas con la realidad de los diferentes entornos.
  • Redimensionar y articular mejor educación y mercado laboral, estimular la innovación, facilitar la certificación de competencias. Eliminar la brecha educativo-laboral.
  • Incrementar los sistemas de pasantías para consolidar la formación profesional de los jóvenes en las empresas y el sector público y facilitar la transición educación-trabajo.
  • Dar acceso a los jóvenes a un sistema de becas-salario para que puedan continuar su formación y recalificación laboral.
  • Re-conceptualizar el emprendimiento juvenil y apoyar el espíritu emprendedor de los jóvenes para que pongan en práctica sus propias iniciativas a través de sistemas y fórmulas diversas (microcrédito, incubadoras de empresas, emprendimiento social, entre otros), como motor de un desarrollo incluyente.
  • Facilitar que las mujeres jóvenes se mantengan en el mercado laboral, a través de guarderías para sus hijos y turnos de todo el día en las escuelas. 
  • Tomar acciones positivas tendientes a mitigar las desigualdades presentadas en el trabajo, especialmente las referentes a temas relacionados con etnias y género. 
  • En entornos rurales, desplegar una estrategia para garantizar la pertenencia a la tierra y su propiedad a través del desarrollo autogestionado. 
  • Ampliar la seguridad social laboral a la economía informal, como instrumento para avanzar hacia el trabajo decente. 
  • Como consecuencia de un trabajo decente, ofrecer oportunidades relacionadas con el acceso a una vivienda digna.
4.   Los jóvenes, actores estratégicos del cambio. La proactividad del conocimiento juvenil como herramienta para fortalecer la democracia y empujar el desarrollo.

Como expresa Saramago en su obra La Ceguera, debemos aprender a mirar de otra forma el mundo, con atención sensible, con ojos nuevos, para que veamos y se nos desvelen realidades que no nos gustan. Mirar el mundo con ojos jóvenes para que nos ayuden a cambiar las realidades ingratas.

Actualmente, vivimos la paradoja de la mirada selectiva: percibimos lo que nos interesa mientras queda eclipsada la visión de lo que nos puede molestar. Y, a veces, la sociedad en su conjunto considera a los jóvenes como uno de los componentes de esa molestia, generando, a menudo, una brecha insalvable. Como paliativo, la sociedad suele tomar una actitud asistencialista tanto en el ámbito personal, como en la acción pública, tergiversando el concepto de co-responsabilidad y cooperación generacional.

La OIT, entre las acciones preparatorias de la Conferencia Internacional del Trabajo de 2012 (Ginebra), realizó una consulta a escala mundial con la finalidad de conocer las opiniones de los jóvenes sobre “cómo enfrentar los problemas de desempleo e informalidad que afectan a millones de personas como ellos en todo el mundo”[18]. ¿Qué demandaron los jóvenes, además de acciones destinadas a fortalecer su presencia en organismos de empleo y en las organizaciones sindicales y empresariales? Ser sujetos activos del desarrollo democrático:

  • ·       Generación de plataformas permanentes de encuentros con gobiernos, interlocutores sociales y económicos, y actores de la sociedad civil (consejos nacionales, mesas de diálogo, foros de debate…), para diseñar, generar, implementar y fortalecer políticas destinadas a la juventud (empleo, formación, capacitación, vivienda, salud...).
  • ·       Mejora de las estrategias de acercamiento y de participación en la toma de decisiones.
  • ·       Apoyo al empoderamiento por medio del ejercicio de roles de liderazgo e intervención en espacios públicos.

El profesor Néstor García Canclini (Universidad Autónoma Metropolitana de México), señala las formas “contrastantes e inéditas” con que la juventud latinoamericana, y sobre todo mexicana, recrea el sentido de la autonomía, la flexibilidad y la integración social. Respecto a la autonomía, afirma que, si en la “modernidad clásica”, el tránsito hacia vidas autónomas parecía concitar el acceso al empleo, la capitalización de la educación adquirida y el matrimonio (o la formación de una nueva familia), hoy, en la “nueva modernidad”, se incorporan otros referentes. Uno de ellos es la conectividad digital y la convergencia de diversos medios en el “mundo digital”, a través de la cual devienen actores, comunican a audiencias más amplias, sintetizan a la carta sus preferencias sensoriales en general, y gestionan estrategias de vida.[19]. Y exigencia de nuevas formas de participación democrática, añado. Exigen que se escuche sus, frecuentemente, silenciadas voces y se deje a un lado las sobredimensionadas voces de otros actores.

En los momentos que vivimos, en los cuales la política ha cedido el paso a la economía y es ésta la que rige nuestros destinos, los políticos y la política carecen de crédito entre los jóvenes. Quizá por ello, la Encuesta Nacional de Juventud de México refleja, una y otra vez (desde el 2005), que la mitad de los jóvenes no simpatiza con ningún partido y que, cuando se les pregunta para qué sirve la democracia, apenas el 15/20% diga que “para resolver injusticias”.

Pese a ello, el empoderamiento adquiere formas propias entre los jóvenes, que se concretan en diferentes manifestaciones de cara a la participación democrática. Mani­festaciones que gozan de proyectos y propuestas propias, fijan objetivos, metodologías y códigos, pero que buscan asesoramiento y acompañamiento cuando los requieren. Manifestaciones que son auténticos compromisos, cuando son consul­tados para establecer prioridades, definir objetivos y acciones, tomar decisiones y ser co­rresponsables en los resultados. Por ello, hay que considerar las prioridades inclusivas, dejar a un lado las voces de ciertos actores sobredimensionadas, y dar prioridad a las de los jóvenes, tantas veces silenciadas; hay que establecer el vínculo entre valores de visión amplia, que están por encima de las barreras que dividen, y reconocer las múltiples identidades de los jóvenes.

Hoy, los jóvenes procuran la participación en instancias que están habitualmente lejos de lo político e institucional: foros sociales, iniciativas comunitarias, movimientos locales, voluntariado, ecologismo, indigenismo. Por ello, las instituciones y entidades públicas (Estado, gobiernos locales, organizaciones civiles), tanto en políticas sectoriales como transversales, tienen que abrirse a la participación, las demandas y las aspiraciones de los jóvenes. También la colaboración intergeneracional para la toma de decisiones ha de operar proactivamente:

  • ·       Fortalecer los procesos de empoderamiento que confluyan en la articulación de las redes juveniles para incidir políticamente en los ámbitos social, cultural, ambiental.
  • ·       Remozar los espacios de participación formal y no formal (social, institucional, comunitaria) con métodos de comunicación influyente y pertinente.
  • ·       Dar prioridad a las acciones encaminadas al reconocimiento de los jóvenes como sujetos de derechos en la construcción, participación y toma de decisiones.
  • ·       Crear un modelo de participación con perspectiva juvenil, con un enfoque diferencial para poder articular y fortalecer los diferentes procesos de participación juvenil.


Esta es la única manera de avanzar en ciudadanía activa y en derechos de los jóvenes. Como decíamos inicialmente, se trata de romper la visión paternalista de la juventud y substituirla por la acción democrática.


A modo de conclusión

Seamos claros y concisos: el objetivo es que todos los jóvenes logren una existencia autónoma –emancipada- y puedan involucrarse en la vida social y política.

Para ello:

  • ·       Educación como punto de apoyo firme inicial y como plataforma para la formación a lo largo de la vida.
  • ·       Acompañamiento en la emancipación, mediante el establecimiento de servicios públicos de información, orientación y apoyo.
  • ·       Experiencia laboral, en condiciones de trabajo decentes, que permita la adquisición de la autonomía económica.
  • ·       Dotar al conjunto de las políticas públicas de una perspectiva generacional y no seguir insistiendo en la creación de espacios específicos para los jóvenes.
  • ·       Como corolario, las políticas públicas de juventud deben ser el paso decisivo hacia el reconocimiento de los jóvenes como actores del cambio, con plenos derechos democráticos.

Quiero terminar haciendo una referencia a los actos que a lo largo y ancho de América latina se vienen desarrollando en estos días sobre juventud, trabajo, formación y emancipación. Dos me parecen de especial interés, organizados ambos por la RED€TIS (Red Educación, Trabajo e Inclusión Social en América Latina) y la UNESCO:



Asimismo, les invito a visitar el sitio del IMJUVE dedicado específicamente a los jóvenes y la Agenda post-2015.

Muchas gracias.


[1] Casal, J. et al. (2006). Aportaciones teóricas y metodológicas a la sociología de la juventud desde la perspectiva de la transición, Revista Papers, 79, 2006. http://papers.uab.cat/article/view/v79-casal-garcia-merino-quesada/pdf-es
[2] CALVO, Juan José (coord..), 2014, Jóvenes en Uruguay: demografía, educación, mercado laboral y emancipación, Ediciones Trilce, Montevideo.
[3] CEPAL (2012). Informe regional de población en América Latina y el Caribe 2011: invertir en juventud, UNPFA, Santiago de Chile, http://www.cepal.org/publicaciones/xml/8/47318/Informejuventud2011.pdf.-
OCDE (2013), Panorama de la educación 2013. Indicadores de la OCDE. http://www.oecd.org/edu/eag-2013-sum-es.pdf .-  OIT (2010) Trabajo decente y juventud en América Latina. Lima, http://prejal.oit.org.pe/prejal/docs/TDJ_AL_2010FINAL.pdf
[4] DIÁLOGOS DEL SITEAL. Conversación con Ernesto Rodríguez (2014), Políticas públicas de juventud: hacia el reconocimiento de los jóvenes como actores estratégicos del desarrollo, SITEAL.
[5] BORUNDA, J.E., Juventud lapidada: el caso de los ninis, Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 22, núm. 44, 2013, pp. 120-143, Instituto de Ciencias Sociales y Administración Ciudad Juárez, México.
[6] TEDESCO, Juan Carlos (2012), Educación y justicia social en América Latina, FCE, Argentina.
[7] “Aunque resulte paradójico, es la propia pobreza la que fuerza a los jóvenes a iniciar sus trayectorias laborales ^…* a edades muy tempranas […]. El precoz ingreso a la actividad laboral obedece bien a la inexistencia de oportunidades de estudiar para progresar –como sucede en el área rural–, o bien a que, aun cuando existen las oportunidades, estas se encuentran fuera del alcance de los jóvenes en situación de pobreza. América Latina […] se ha caracterizado por presentar una situación constante, donde la relación entre los ingresos de la familia y la educación de sus miembros ha sido directamente proporcional. Así, la mayor y mejor educación se concentra en los sectores de mayores ingresos, mientras que la peor y más reducida se concentra, de manera indeclinablemente marcada, en los sectores de menores ingresos. Esto es bastante grave, puesto que la educación es, a su vez, la mayor vía de ascenso social”. [OIT (2013), Trabajo decente y juventud en América latina 2013. Políticas para la acción, http://www.ilo.org/americas/publicaciones/WCMS_235577/lang--es/index.htm]
[9] Tomado de GARCÍA CANCLINI, Néstor (2008), Los jóvenes no se ven como el futuro: ¿serán el presente?, en Pensamiento Iberoamericano. Inclusión y ciudadanía: perspectivas de la juventud en Iberoamérica, número 3, 2ª época.
 [11] Adaptado de Bauman, Zygmunt (2004), Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, México.
[12] MALO, M. A. – CUETO, B. (2012), Biografía laboral, ciclo económico y flujos brutos en el mercado de trabajo español. El diferente impacto de la crisis en las generaciones, Revista Panorama Social, número 15, páginas 43-60, FUNCAS (Fundación de las Cajas de Ahorro).
[13] OIT (2009), Panorama laboral 2009: América Latina y el Caribe, Lima.
[14] Conferencia de prensa previa al inicio de la 18ª Reunión Regional Americana de la OIT, Lima.
[16] OIT (2013), íbidem.
[17] Ïbidem.
[18] OIT (2012), La crisis del empleo de los jóvenes. ¡Actuemos, ya!, Ginebra. http://www.ilo.org/ilc/ILCSessions/101stSession/reports/reports-submitted/WCMS_176940/lang--es/index.htm
[19] GARCÍA CANCLINI, Néstor (2008), citado ut supra.