viernes, 22 de marzo de 2013

Un trabajo precario convierte en precaria la vida misma

Copio el título de esta entrada del prólogo a la edición italiana de la obra The Precariat: The New Dangerous Class (London and New York, Bloomsbury Academic, 2011), escrita por Guy Standing, profesor en la Universidad de Bath (Inglaterra), traducida al italiano como Precari. La nuova clase esplosiva (Bologna, Il Mulino, 2012).

Dice Standing: “El precariado experimenta las cuatro A: amargura, anomia, ansiedad y alienación. El precario vive en un estado de ansiedad, un estado de inseguridad crónico debido no solo a sentirse pendiente de un hilo, consciente de que el más mínimo error o un accidente desafortunado puede marcar la diferencia entre un nivel de vida aceptable y una vida en la acera, sino también al temor de perder lo poco que posee…”. Algo así como el lumpenproletariat sobre el que escribió Karl Marx, aunque Standing no lo dice.

Leo en la presentación del libro Yo, precario (Madrid, Los libros del Lince, 2013), que su autor, Javier López Menacho, “cuenta cómo es su vida laboral (por así decir), y de paso nos permita imaginar cómo es la de esos casi dos millones de jóvenes y no tan jóvenes menores de treinta años que en España viven el calvario existencial que supone ir saltando de empleo precario en empleo precario, sin futuro ni presente”. Podemos añadir que lo de menores de treinta años “era antes”.

Standing lo tiene claro. Según el modelo neoliberal, crecimiento y desarrollo dependen del nivel de concurrencia que se da en el mercado de trabajo. A la luz de este principio, todos los países – gobernados por unos u otros – han introducido masivamente la flexibilidad en dicho mercado, cargando sobre las espaldas de los trabajadores y de sus familias los riesgos y la inseguridad que produce el sistema. El resultado es la creación de un precariado global, conformado por individuos completamente privados de cualquier referencia de estabilidad, que está llegando a ser una nueva clase explosiva, peligrosa – para ser fieles al original inglés -, ya que puede abocar en comportamientos corporativos y xenófobos.

Además, la crisis ha acentuado la dinámica de fragmentación del trabajo, tanto desde el punto de vista jurídico, como desde las consecuencias que comporta para cada persona en particular. En el caso español, podemos observarlo en los indicadores de empleo, paro y pobreza. La crisis ha aumentado el índice de la llamada “pobreza laboral”: en solo tres años, de 2007 a 2010, la tasa ha aumentado del 10,8% al 12,7% (Informe sobre la desigualdad en España, Fundación Alternativas). Según el coeficiente Gini de 2011, que fija en cero la igualdad perfecta y en 100 la desigualdad más absoluta, España sacó en 2011 un 34, el más alto de los socios de la moneda común. El porcentaje de trabajadores con un sueldo igual o inferior al salario mínimo interprofesional (SMI) ha pasado del 6% al 10,5% en el periodo 2004-2010. La tasa real de desempleo se sitúa en el 24,44%, en el mes de febrero de 2013 (INE). El paro entre los jóvenes supera el 50%. Según distintos expertos, la economía sumergida en España llega a alcanzar el 25% del Producto Interior Bruto… La precariedad es una condición existencial, estructural, que golpea de manera transversal y generalizada a todo el mundo del trabajo español y global.

Por otro lado, además de realizar un análisis sobre los orígenes y las características del aumento progresivo e incontrolado de la inseguridad laboral, Precari. La nuova clase esplosiva se centra en los efectos que esta condición acarrea para la persona, particularmente, sobre los perfiles profesionales y sobre las condiciones de vida. Standing habla del “nomadismo urbano” como fenómeno que impele a un número cada vez mayor de jóvenes a cambiar de estilos de vida y de hábitos en relación con la generación de sus mayores. Se trata de jóvenes con trabajo inestable - hoy aquí, mañana allá -, escasamente protegidos por el sistema de seguridad social, sin carrera laboral satisfactoria, sin prestaciones por desempleo, faltos de todos aquellos derechos que, hasta ahora, se consideraban adquiridos.

Todo ello incide en la condición del precariado, entendido como verdadera clase social que, según Standing se sitúa por detrás del proletariado, por muy cualificado que se encuentre aquel. Aquí se puede no está de acuerdo con la observación del autor. Los precarios no pueden ser asimilados, ciertamente, a la clase obrera tal y como se la ha considerado históricamente, pero presentan, a todos los efectos, muchos elementos que les sitúan como pertenecientes a la clase social del proletariado en tanto que solo compran su fuerza de trabajo y, muchas veces, carecen de cualificación. Sin embargo, Standing considera que el precariado no tiene nexos con la clase obrera ni con el proletariado. Su característica principal no es el salario como tal, sino la falta de ayuda en caso de necesidad. Se define el precariado, pues, en negativo. En todo caso, Standing lo define positivamente al considerarlo como la “infantería ligera del capitalismo”. Infantería formada, principalmente, por mujeres, inmigrantes, jóvenes y mayores de edad.

Desde el punto de vista sociológico, se podría entrar en discusión con Standing de si realmente el precariado conforma una clase social. No voy a hacerlo aquí, dado que el objeto de este artículo es tan solo reseñar el interés que tiene la obra, y porque el mismo autor escribe: “Se puede afirmar que el precariado no es aún, en el sentido marxista del término, una clase per se, pero es una clase a devenir”. Ciertamente, en este aspecto, la obra de Standing abre un amplio espacio de investigación porque, si el precariado es una clase a devenir, también el análisis de sus características debe serlo.

Guy Standing cierra su obra planteando dos escenarios: una política para el infierno (actual) y una política para el paraíso. Tomando prestado el concepto de “sociedad del panopticon” (Bentham), afirma que el infierno en el cual vive el precariado está sometido al control del Estado, no solo por lo que este “hace” sino sobre todo por lo que “permite” hacer al libre mercado. Siempre según Standing, en este infierno-Estado, los precarios son demonizados y criminalizados bajo la acusación de no saber adaptarse al sistema. Esta situación tan solo contribuye a aumentar el sentimiento de rabia que sufren los precarios, y su débil relación con la comunidad y la solidaridad entre ciudadanos.

¿Qué deben hacer los precarios para salir de este infierno? Construir una política para el paraíso, responde Standing. Una política a la que define como “levemente, pero fieramente, utópica”. Para ello, vuelve a confiar en el Estado. Es preciso que este recupere los valores de la fidelidad, la solidaridad y el universalismo, que han sido robados por la sociedad individualista del capitalismo, y que deben ser el instrumento de emancipación del precariado. El primer paso para esa emancipación es la institución de un salario de base universal, conformado por la aportación de seguridad laboral y de la salud, el control del tiempo de trabajo, la mejora del medioambiente y el propio salario. El multiculturalismo, la pluralidad de la identidad, el derecho a la formación, la redistribución del espacio público de calidad, la democracia deliberativa con compromiso de corresponsabilidad en la vida pública, son otras de las características que debe reunir el Estado-paraíso.

Standing cierra su ensayo afirmando que el precariado es la nueva clase emergente y que, a menos que los progresistas de todo el mundo no lleven a cabo una política para el paraíso, puede convertirse en una clase explosiva, peligrosa, dado que no se le deja otra alternativa.